Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett son los encargados de darle forma a El heredero del diablo (Devil’s Due), película enmarcada dentro del género de terror, más allá de que los sobresaltos característicos del mencionado género sean muy poco efectivos aquí y se tomen demasiado en tiempo en llegar. El film continúa haciendo más amplio un círculo abierto de historias intrascendentes y de escasa inventiva, generando que el público vuelva a preguntarse, algo hastío, cuál fue la última narración realmente tenebrosa o espeluznante que haya presenciado.
El heredero del diablo se ajusta al recurso de la cámara en mano, o también denominado metraje encontrado, para llevar adelante el relato. Teóricamente, la apelación a este modo de contarnos los eventos aporta un grado de credibilidad mayor, en complicidad con quienes están del otro lado de la pantalla, al ser los protagonistas quienes registren cada situación, filmando su cotidianidad y sus quehaceres tradicionales. El problema se encuentra en la exagerada cantidad de circunstancias insuficientes o carentes de interés que ocupan espacio en la película. Todo transcurre lentamente mientras el espectador aguarda algún momento en el que, mínimamente, se invoque un momento de gran terror. Al menos en obras como Paranormal Activity, en las que también se interponía el found footage, el asunto era más cautivante y el juego de la insinuación se sentía (dependiendo de qué entregas de la famosa saga) movilizador e inquietante.
En esta ocasión, nos encontramos con una pareja que derrocha felicidad por la instancia que transita, esto es, casamiento y luna de miel. Deciden grabarlo todo y así tener, en el futuro, un recuerdo de lo experimentado en aquel entonces. Allison Miller y Zach Gilford, no muy reconocidos en la industria, cumplen con su labor desde interpretaciones que se adecúan a lo que les solicita la historia. En ese viaje post matrimonio, algo extraño les sucede, acarreados a una extraña fiesta en un suburbio escondido en República Dominicana. A partir de allí y tras la flamante noticia de su embarazo, el personaje que encarna Miller no volverá a ser el mismo; su comportamiento comienza a variar y a mostrarse cada vez más estrambótico y, dentro de lo deficiente en cuanto a suscitar pavor se trate, demoníaco.
No hay demasiada tela para cortar en El heredero del diablo. Que dure aproximadamente noventa minutos habla de los pocos acontecimientos relevantes que hay por detallar. Desde nuestra posición podemos pensarlo como una especie de cortesía compasiva de los directores hacia nosotros. Sí vale la mención a la forma en que el film está rodado: aunque en ocasiones y en algunas secuencias el metraje encontrado dé la sensación de marearnos, el uso de la fotografía en los instantes de mayor intensidad es de los escasos componentes apreciables de un producto que no innova en el género ni aporta verdaderos momento de terror.
1.5 / 5