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Venganza, una película estrenada en 2008, de tapadillo y con un presupuesto de 25 millones de dólares (limosna en el género de acción americano), recaudó más de 225 millones en todo el mundo y colocó a Pierre Morel, el último alumno aventajado de la escuela de Luc Besson, en el punto de mira. El secreto de la película residía en su sencillez y en la humanidad y carisma de un protagonista que jamás te habrías imaginado en una cinta de acción, Liam Neeson. Y tenía un punto de partida fabuloso: la hija de un ex-súper-agente de la CIA era secuestrada en Europa cuando se disponía a seguir la gira de U2. Brillante.

Cuatro años después, la factoría Besson presenta una secuela con los mismos guionistas (el propio Besson y Robert Mark Kamen), los mismos protagonistas, más dinero y mucha menos imaginación. No hace falta esperar mucho para descubrir que Venganza: Conexión Estambul, es una secuela sin chispa. No se ven los dólares, su edición es brusca,la  acción parece de telefilm, no hay violencia y sí mucha desgana. Neeson ni siquiera se molesta en levantar la pistola para apuntar, y cuando corre lo hace como un anciano. Además, en una maniobra de dudoso gusto, la película fusila media banda sonora de Drive.

Al igual que en la primera parte, aquí estamos ante una película sobre las lecciones de la vida que los padres inculcan a sus hijos, y si la lección original era el turismo de supervivencia, ahora la lección es doble: turismo de supervivencia nivel 2 y conducción.

Una pena que la película no mantenga el tono deliciosamente imbécil del capítulo de las granadas como gps. Un eurotrash en toda regla, pero de los aburridos.

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