Crítica de Tipos legales
Crítica de Tipos legales
¿Qué película de cine estás buscando?

Cuando uno va a ver este tipo de películas se convierte en un completo iluso, pero a sabiendas, con la fe de poder asistir a un espectáculo narrativo con un Al Pacino a la altura de Scarface o un Christopher Walken que nos recuerde al que jugaba a la ruleta rusa en El Cazador. Aquí es donde patina este fallido intento de comedia, en intentar revivir un pasado que se quedo atrás hace mucho, mucho, tiempo.

Stevens Fisher es el encargado de orquestar desde las labores de dirección, esta banda sonora de actores chirriantes y pleistocénicos en las alturas en las que estamos, tras hacer sus pinitos como actor en los últimos años en auténticas calamidades como LOL o La Cazarrecompensas. El resultado de su trabajo es, sin duda, lo más nefasto de la película, con un ritmo narrativo que se mueve durante hora y media como pollo sin cabeza.

El trio Pacino, Walken y el casi cameo de Alan Arkin, es heterogéneo, a base de chascarrillos de la vieja escuela y algún abrazo que otro, intentan parecer tener una cierta complicidad que nunca llega a ser creíble. A veces parece que Tipos Legales es más una obra de teatro con tres únicos escenarios, un restaurante de menú americano, un prostíbulo y un coche a ritmo de Hoochie coochie man . Con un Pacino pidiendo un entrecot cada quince minutos para nunca aparecer en el plato, cosas de presupuesto.

No todo es malo, hay momentos de pura gloria, con Al Pacino esnifando pastillas para las cataratas y la hipertensión con una pajita de refresco, o una Vanessa Ferlito, que alejada de la sensualidad del baile de Death Proof, bien parece haberse despertado de una larga siesta o directamente desde la tumba de los zombies de The Walking Dead.

Una comedia que no funciona, con una fotografía tan apagada como los actores, un guion a juego rezumando artrosis, que intenta ser una balada a la muerte al estilo de Hasta que llego su Hora y termina siendo una nueva versión de Movida en el Roxbury pero sin gracia y con menos clase. Al final mucho chicle y poca leña, y ojito al final de la película, de auténtica traca con un director en pleno momento autorazo del todo a cien.

Autor de esta crítica: Antonio Orrán


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