El explorador neozelandés Edmund Hillary, el primer montañero en llegar a la cima del Everest y regresar con vida, dijo “que no se conquistan montañas, sino a nosotros mismos”. El director islandés Baltasar Kormákur se ha propuesto la difícil empresa de plasmar la majestuosidad y ferocidad de una de las montañas más temibles del mundo, el Everest. Esta cinta tomaba el relevo de la excelente ‘Birdman’ en convertirse en el filme de inauguración de la 72ª edición del Festival de Venecia.
Basada en los acontecimientos reales que ocurrieron en mayo de 1996, narra la experiencia de varios grupos de alpinistas que, debido a la popularidad de la escalada, han aumentado en número. Rob Hall y Scott Fischer son dos guías de grupo con diferentes visiones sobre llevar a los miembros de las expediciones. Junto con otros escaladores como Beck, Doug, Sandy, Jon, Yasuko o Harold, irán a enfrentarse a ese mastodóntico monte que es el Everest, pero el mal tiempo se aproxima y la tragedia acecha.
Con un guión firmado por William Nicholson (‘Gladiator’, ‘Los miserables’) y Simon Beaufoy (‘127 horas’, ‘La pesca de salmón en Yemen’), esta trepidante aventura pretende abarcar con realidad la tragedia ocurrida en 1996, haciendo que sus personajes sean lo más realistas posibles. Jason Clarke, Jake Gyllenhaal o Josh Brolin dejan a un lado el posible heroicismo de sus personajes para centrar su protagonismo en un reparto coral.
Y ese es uno de sus principales problemas. En aras de no querer crear un largometraje artificioso, centrado en un protagonista, las emociones y el dolor quedan difusas entre los personajes, los cuales son difíciles de identificar debido a la gran cantidad que hay. De hecho, de no haber elegido un reparto reconocido, sería muy difícil diferenciar quién es quién en esta aventura. También provoca, esta confusión de personajes, que esa gran magnitud que debe tener el Everest no consiga brillar en todo su esplendor, haciendo que esos increíbles efectos especiales no sean realmente de gran utilidad.
‘Everest’ empieza de buena forma, con un prólogo que da indicios de ver una fuerte crítica a ese turismo de lujo que jugaba con las ilusiones de personas que creían que podían ser héroes. Una forma de poner en evidencia que estos negocios, más allá de sus métodos de seguridad, la banalización de retos de tal magnitud como el escalar el Everest, que no es precisamente un crucero. Esa crítica queda fuera de escena desde que se empieza la expedición. Tampoco hay un enfoque de los nativos, mostrando sólo la visión de los turistas que vienen a subir una montaña.
Una producción más terrenal, con planos propios de las víctimas y dejando de lado ese exceso de información que da el director (con momentos sentimentales con esposas tras los teléfonos) hubiese hecho esta experiencia una crónica de una muerte anunciada donde se hubiese explorado los límites del ser humano y el riesgo de deseos de sueños realmente imposibles.
Con lo cual, ‘Everest’ se convierte en un telefilme de sobremesa con un excepcional reparto y unos efectos visuales excelentes, que acentúan esa desigualdad entre guión, elenco y efectos. Una escalada desaprovechada que marca más la sensación de decepción.