El debut de Hiromasa Yonebayashi fuera de Studio Ghibli es correcto, pero se queda lejos de sus dos obras predecesoras. Pese a ello, se está ante un filme notable con una animación excepcional que, seguro, será el sello de la recién nacida Studio Ponoc.
MARY Y LA FLOR DE LA BRUJA de Hiromasa Yonebayashi
Sin duda, el debut de Studio Ponoc creó expectación. No es extrañar, ya que sus artífices han sido animadores y productores de Studio Ghibli. De hecho, la polémica marcha de Hiromasa Yonebayashi, director de las aclamadas ‘Arrietty y el mundo de los diminutos‘ y ‘El recuerdo de Marnie‘, de Ghibli a Ponoc hizo que la primera cinta de la factoría, dirigida por Yonebayashi, llamase mucho la atención. La espera terminó y llegó ‘Mary y la flor de la bruja‘, nominada a dos premios Annie y candidato al premio al mejor filme de animación por la Academia de Cine Japonesa.
Mary acaba de mudarse a la campiña. La niña no está muy contenta con el cambio, especialmente porque sus padres todavía no han llegado para instalarse en la zona y debe quedarse unos días en la casa de su tía abuela Charlotte. Un día, aburrida, decide seguir a la pareja de gatos de Peter, un chico del pueblo. Adentrándose en la espesura del bosque, la muchacha encuentra una misteriosa flor reluciente, de un tono azul hechizante. La flor, que solo florece cada siete años y solo en ese bosque, le otorga poderes de bruja. Sin saber cómo, la chiquilla es llevada por una antigua escoba que estaba oculta en el bosque hasta el mundo en el que viven brujas y magos. Allí acabará en una prestigiosa escuela de magia y hechicería que dirige con férreo control Madame Mumblechook. La directora ve un talento innato en Mary y quiere que estudie en la institución pero Mary intuye que algo sucede en ese liceo y, después de descubrirse que en realidad no es bruja, tendrá que hacer todo lo posible por resolver qué oculta la escuela y cómo escapar de ese mundo misterioso con vida.
Un inicio lejos de los filmes predecesores de Yonebayashi
Basada en la novela ‘The Little Broomstick’, de la británica Mary Stewart, Hiromasa Yonebayashi continúa con la senda marcada por su mentor, Hayao Miyazaki, adaptando un libro infantil o juvenil británico por tercera vez. Ya lo hizo con ‘Arrietty y el mundo de los diminutos’ y ‘El recuerdo de Marnie’. Una diferencia notable respecto a sus dos anteriores filmes, es que ‘Mary y la flor de la bruja’ se ambienta en la Inglaterra natal de la protagonista, algo que se agradece, ya que no se pierde autenticidad al tener elementos muy occidentales. Pese a ello, esta nueva incursión de Yonebayashi en la dirección no queda tan lucida como sus dos predecesoras. Es más, se nota que no está detrás ni Studio Ghibli, ni Miyazaki, ni la guionista Keiko Niwa, también artífice del éxito de sus anteriores trabajos.
De hecho, sorprende enormemente un guion plano y carente de matices, con una heroína nada empática. Sorprende porque Yonebayashi ha coescrito el guion con Riko Sakaguchi, que coescribió el libreto de la aclamadísima ‘El cuento de la princesa Kaguya’. Sí, la película tiene una fuerte denuncia sobre la injerencia del ser humano en la naturaleza y de cómo se cree que puede controlarla a placer. Con ciertos elementos en la línea de la espeluznante ‘La isla del doctor Moreau’, la película tiene también de base el anhelo de la creación del superhombre, con clara referencia a la filosofía de Nietzsche.
Deslumbrante animación para un correcto debut de Studio Ponoc
Sin embargo, el guion resulta tremendamente previsible y, como se ha comentado antes, carente de matices, de gamas de grises. Los villanos son arquetípicos, alejados de los cánones Ghibli, ni siquiera llegan a la compleja ambición y crueldad de Muska de ‘El castillo en el cielo’. Tampoco su heroína, que da la sensación de ser una protagonista improvisada, quedándose incluso por debajo que la heroína de ‘Haru en el reino de los gatos’. Lo que más deslumbra es su animación, que es magnífica, a la altura de las obras maestras de Ghibli. Exquisita en su factura visual, llegando a momentos en los que se evoca con sentido homenaje a los maestros del realizador, con guiños a ‘Nicky, la aprendiz de bruja’, ‘El viaje de Chihiro’, ‘Ponyo en el acantilado’ o ‘Porco Rosso’, como también escenas que recuerdan a los cintas dirigidas por Yonebayashi en Ghibli y otros filmes de la factoría como ‘Susurros del corazón’ o ‘La colina de las amapolas’.
Con lo cual, ‘Mary y la flor de la bruja’ es un debut correcto, nada más. Eso no sería algo regular si se estuviese ante un estudio y un director novel que no estuviesen tan estrechamente relacionados con Ghibli, ya que es impropia de un realizador que ha sido pupilo de Miyazaki y Takahata. Quizás hay que entender que, al ser el primer salto sin red, Yonebayashi y Yoshiaki Nishimura, productor del filme, que estuvo en Ghibli y principal impulsor de Studio Ponoc, hayan querido ser conservadores, intentando mantener todos los elementos que la ligarían a la esencia Ghibli, pero le falta alma y sentimiento. Habrá que ver en una segunda propuesta si ‘Mary y la flor de la bruja’ fue un primer intento tímido o solo un síntoma de que Yonebayashi no es tan brillante sin el paraguas de Miyazaki, Toshio Suzuki y Keiko Niwa, el tiempo será el que lo dirima.