Tras una serie de títulos fallidos, Almodóvar ofrece su mejor película desde Volver y la más personal y sincera de su filmografía. Con un magnífico Antonio Banderas interpretando al alter ego del director, Dolor y gloria va cogiendo fuelle a lo largo de su metraje consiguiendo superar una primera parte fallida con personajes secundarios poco definidos para llevar a cabo un homenaje al cine como modo de vida y válvula de escape.
Dolor y gloria de Pedro Almodóvar
Leí una vez que para que consideremos una película como buena basta con que tenga un buen principio, un buen final y algún momento brillante por el medio; no era un cineasta ni un crítico quien lo decía, sino un científico que estudiaba los mecanismos de la memoria y el funcionamiento del cerebro. Esta sería una buena explicación del gran número de espectadores que consideran una obra maestra al último trabajo de Pedro Almodóvar, que cuenta con un arranque a través de una secuencia de animación que llama la atención por lo poco habitual en su filmografía, un final excelente y bellísimo, y unos cuantos momentos de diez en el medio, lo cual, según la teoría mencionada, podría estar haciendo pasar por alto los defectos, algunos notables, que también tiene Dolor y gloria.
Todo sobre Pedro
Nos encontramos, con poco lugar a dudas, con el mejor título de su director desde Volver, cuya principal virtud es rezumar autenticidad. Almodóvar se desnuda como hombre maduro en crisis personal, emocional y también profesional, de la que el trabajo y la pasión por el cine son su única válvula de escape; las drogas y las pasiones que le sirvieron en su juventud ya no le son de utilidad ni a su personaje, interpretado por un Antonio Banderas magistral, ni probablemente al propio director. Ante la sequía creativa que le provoca su aislamiento y la falta de contacto con el mundo exterior, que fue su fuente de inspiración en su época dorada, la única salida es llevar a cabo una ficción terapéutica a partir de su autobiografía; ese es el argumento de su película, pero también podría ser el análisis del punto en el que se encuentra su carrera.
En Dolor y gloria Almodóvar renuncia a sus citas y fetiches cinéfilos, que se ven reducidos a unos cuantos posters de La gata sobre el tejado de zinc, y también deja de proyectarse en personajes femeninos o transexuales. Despojado de adornos y mecanismos para distraer la atención, pasa revista sin pudor en estas memorias en forma de película a las dificultades que ha tenido con compañeros y amigos a los que ha perdido por el camino, a su soledad sentimental, a sus problemas de salud, y a una relación ambivalente con su madre, mezcla de amor y culpabilidad. No obstante, los recuerdos de infancia, los momentos más cinematográficos y teñidos de ficción, son los que aportan la mayoría de las mejores escenas de la película.
El defecto de Dolor y gloria es que tarda en atrapar al espectador porque no ofrece ningún gancho, ninguna estrategia de guionista experimentado, que atraiga la atención de este. Las películas de recuerdos se desencadenan a partir de un misterio, un fantasma del pasado que vuelve, una situación insólita que promueve la reflexión del protagonista y la retrospectiva a su vida; pero aquí no encontramos nada de esto. La excusa podría ser una coherencia con la renuncia al artificio y al adorno de la que hablábamos antes, pero lo cierto es que el anterior título de Almodóvar, Julieta, en el que personaje y película vagaban a la deriva sin rumbo durante todo el metraje, adolecía del mismo defecto.
En el título que nos ocupa, en la primera mitad de la narración cobra gran importancia un personaje, el actor con el que el director se reencuentra después de muchos años, que tiene muy escaso interés en la narración y que de hecho luego desaparecerá sin mayor trascendencia tras haber protagonizado un fallido gag y un soporífero monólogo en otra escena de ficción dentro de la ficción, probablemente la más floja del film. No obstante, en esta ocasión, a diferencia de Julieta, que no conseguía remontar el vuelo en ningún momento, la historia va impregnándose de alma y la sucesión de anécdotas va creando poso y sensación de conjunto hasta llegar a un tramo final emotivo y redondo.
Almodóvar ha conseguido una película notable, sincera pese al juego de espejos entre ficción y realidad, que va creciendo durante su metraje; capaz de dejar huella a pesar de sus defectos y que resulta una versión corregida, mejorada y auténtica de Julieta. Queda, eso sí, la incógnita de qué puede deparar el futuro tras este título en el que el director parece haber quemado todos sus cartuchos y dado un discurso sobre su vida y su carrera que parece autoconclusivo.