A veces los sueños se convierten en pesadillas sin que nos demos cuenta. Hace cuatro años, Sylvester Stallone se puso manos a la obra delante y detrás de la cámara para recuperar sensaciones pasadas y regalarnos un canto de amor a la violencia desenfrenada de años pasados.
Los Mercenarios no salió tan redonda como El Equipo A, pero las ganas de pasarlo bien se multiplicaron en una secuela que salió mejor que la original:Los Mercenarios 2 con un malo guay y momentos puramente cómicos, funcionaba como los tiros que salían de las armas de los protagonistas. Darle las riendas del proyecto a un veterano como Simon West (Con Air) también ayudó lo suyo. Pero todos esos méritos no sirven de nada cuando apuestas por rejuvenecer algo que por defecto debe ser todo lo contrario, empezando por una puesta en escena de piloto de serie mala.
Patrick Hughes lo bordó con Red Hill, un western-slasher-revenge impecable, con una historia y unos personajes que no eran el recopetín pero con una intención y una planificación ejemplar. Lástima que aquí no pueda lucir sus virtudes, porque la dirección de Los Mercenarios 3 es puro dictado de productor sin clase, al igual que su decisión de prescindir de la violencia gratuita, lo que viene a ser la esencia de una saga que ha tropezado gravemente en sus intenciones.
Como aspecto positivo, muy positivo, un espléndido Antonio Banderas, más allá de cantar el himno de la legión, está desatado y divertido, nada sorprendente por otro lado.
En resumen, un importante paso atrás en cuanto a calidad e intenciones que, esperemos, se solucione en la próxima entrega de Los Mercenarios 4.
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