Resulta complicado que, a estas alturas, alguien se vuelva loco de alegría ante una película de las características de Siete Psicópatas. Y la culpa es de Tarantino.
Cada cierto tiempo, llega a nuestras pantallas, casi siempre con retraso, una película sobre gente violenta haciendo el gilipollas, viviendo situaciones desesperadas y metidas hasta el cuello en espirales de violencia que parecen no tener fin. Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, Two Hands o las dos primeras películas de Guy Ritchie fueron ejemplos claros de este subgénero que revitalizó el director de Pulp Fiction. Claro que la de Fleder llegó el año después de la moda tarantina y las de Ritchie mucho después. Cosas de continentes.
Después de encandilarnos con Escondidos en Brujas, brillante ejercicio de comedia negra noir, su director se tomó con calma su siguiente proyecto tras las cámaras, y Siete Psicópatas demuestra que, además del género, conoce el mundillo.
Metalenguaje al servicio de la narración y un guionista sin ideas que fusila las historias que le cuentan los amigotes, sin molestarse en buscar de dónde proceden, rodeado de gente violenta que siempre tomas malas decisiones, son las señas de identidad de una película entrañable, precisamente, por esos locos encantadores.
No queda ni un solo tópico del cine actual del que, literalmente, se ría a la cara, por eso, y a pesar de ello, de querer complacer constantemente al resabidillo que llevamos tiempo, la película funciona y nos hace disfrutar de una historia imposible, olvidarnos de la basura que vimos el otro día, y salir de la sala con la típica sonrisa cómplice que de vez en cuando proporciona comprobar que, todavía, queda algo de mala baba en Hollywood.