Estamos ante una muestra perfecta de película fallida pero que consigue funcionar pese a su imperfección. Lo cierto es que con David Ayer detrás, no había nada que nos hiciera esperar un acontecimiento inolvidable, y con esos mimbres, el resultado final de Sabotage termina siendo bastante simpático.
La película funciona porque mantiene a su protagonista en pantalla el 90% del tiempo, y su presencia sobrecarga a la película de un aura especial: es una peli de Schwarzenegger, aunque también es su estreno más discreto desde que abandonara la silla de gobernador californiano. Lejos de la maestría de El último desafío o la comedia sin complejos de Plan de escape, Sabotage luce como aquellos subproductos post-Seven que inundaron las salas y videoclubs de entonces, como alguno firmado por Russell Mulcahy (Resurrección), Renny Harlin (Cazadores de mentes) o Jim Gillespie (Ojo asesino) con guiones reciclados (no olvidemos que estamos ante una propuesta anteriormente conocida como Ten por las similitudes argumantales de base con los Diez Negritos de Agathta Christie), actores pasando el rato y suspense incrédulo.
El acierto de Ayer es teñir de rojo todos los crímenes, asesinatos y tiroteos de la película, que son muchos, ofreciendo altas cotas de burrismo, violencia y muertes inocentes como no se ha visto en una cinta comercial en mucho tiempo. Otro acierto, aunque un poco más personal por parte de quien esto escribe, es la sensación de “doble película” que transmite Sabotage. Durante su epílogo, uno tiene la impresión de haber visto uno de sus viejos VHS hasta el final para descubrir que la película que estaba grabada tenía otra debajo, más larga, con un cierre que podría encajar en la otra película.
Todas las decisiones artísticas son tan idiotas como variadas, y el verdadero misterio o incentivo para el espectador no es llegar a conocer quién está detrás de los asesinatos: es saber qué estupidez va a suceder a continuación.
Sabotage es una película bastante mala pero que se disfruta como las mejores.
3.5 / 5