A la espera de lo que pueda ofrecer Roland Emmerich a finales de verano con Asalto al poder, Antoine Fuqua se adelanta y estrena su versión de los hechos en el caso de un hipotétito ataque terrorista contra la Casa Blanca.
Olympus has fallen muestra todas sus cartas durante los minutos de planteamiento, donde se esfuerza en reflejar la gran familia americana que forman el presidente y la primera dama, padres modelo, y su cuerpo de seguridad.
El director de Training Day quiere que su invasión sea impactante y por eso tira la casa por la ventana durante el asalto presidencial, donde se pone el traje de faena que tantas alegrías nos brindó en los huesos de Joseph Zito, Golan-Globus o incluso del John Milius de Amanecer Rojo. Durante sus primeros cuarenta y cinco minutos, Objetivo: La Casa Blanca, es el film de acción de serie b que tanta falta nos hacía.
Una vez asentados estos cimientos (destrozados sería más apropiado), lo que podía haber sido una desfasada aventura a lo Norris pasa a ser otro Alerta Máxima en una localización que, bueno, también podría pasar por ser un Corte Inglés destrozado. Tampoco ayudan las secuencias de control de mando, con Robert Foster, Angela Bassett o Morgan Freeman sudando en frío y manteniendo conversaciones tan absurdas como sus decisiones, aunque la película utilice estas como transiciones para tomar aire de forma descarada.
Gerard Butler, también productor de la cinta, hace lo que puede, que es demostrar (otra vez) que nunca ha tenido el carisma que hace falta para convertirse en un nuevo héroe de acción, a lo que tampoco ayuda demasiado que sus réplicas no sean más que refritos de otras aventuras similares.
Objetivo: La Casa Blanca no es la película de acción del año ni tampoco la peor, solo es una pequeña película (de 70 millones de dólares de presupuesto) a la que le gustaría resultar más trascendente, pero para eso hacen falta carisma y un poco de emoción. Y es una lástima, porque no se toma demasiado en serio.