Davis Guggenheim ha sabido crear interesantes documentales en los últimos años. Después conmocionar al mundo con ‘Una verdad incómoda’ llegó un análisis profundo sobre la historia de la guitarra eléctrica ‘It Might Get Loud’, una crítica social al sistema educativo estadounidense con ‘Esperando a Superman’ y una introspectiva sobre la grabación del álbum ‘Acthung Baby’ en 1991 del grupo irlandés U2. Ahora viene con ‘Él me llamó Malala’ un retrato profunda sobre esta joven activista por la educación de las niñas en todo el mundo y ganadora del Nobel de la Paz.
Él me llamó Malala – Davis Guggenheim
Este documental ahonda en cómo vive actualmente la activista paquistaní Malala Yousafzai en su residencia de Birmingham en el Reino Unido, sobre cómo se relacionan con ella tanto jefes de Estado como otras figuras políticas y sociales. También se habla del ataque que sufrió por los talibanes, de cuando fue herida por armas de fuego cuando regresaba a su casa en el autobús escolar porque sólo era una niña que quería estudiar, aprender y eso en un lugar donde las jóvenes no pueden hacerlo por tener esa amenaza constante bajo sus cabezas. Malala casi muere en el ataque, pero sobrevivió y, pese a seguir en constante amenaza, sigue luchando para que las niñas puedan estudiar.
Guggenheim admira y respeta a la joven Malala, su forma de acerca a su figura es semejante al que descubre una de las maravillas del mundo. Con lo cual, su forma de perfilar el relato es alrededor de cómo una niña desafía la maldad y tiranía de los talibanes. Sin embargo, y pese a que la vida de Malala es realmente inspiradora, Guggenheim no logra mostrar un documental que ahonde en profundidad en por qué este Premio Nobel de la Paz ha huido, no ha sabido conectar con el horror que padeció la pequeña.
Y no es tanto por las escenas de animación que recrean momentos de la historia, Rity Panh supo utilizar figuras de plastilina para plasmar el horror que se vivió durante el régimen comunista de Pol Pot en Camboya en ‘La imagen perdida’, sino la ausencia de crítica. Malala no huyó porque había hombres malos, sino que huyó por exigir un derecho natural e inherente en la persona: El poder estudiar. Evidentemente ese mensaje es incuestionable pero apenas consigue rasgar un poco sobre lo que le motiva a la joven.
El título hace mención a su padre, que fue el que le llamó así, como una heroína que luchó contra el Imperio Británico durante la época colonial. Y aquí es el punto espinoso, Guggenheim no se adentra apenas en la ambición de su progenitor, que fue quien impulsó las motivaciones de su hija. Nadie contradice el mensaje de la joven, ya que es un símbolo de la lucha de las niñas y, por ende, de las mujeres a la educación. Sin embargo, la manera en que este documental narra y justifica esta necesidad, está lleno de buenas intenciones y descuida completamente lo que tiene que ser: Cine.
El mensaje de Malala y su lucha por la educación de las niñas es lo que salva a esta propuesta, que reforzará esa idea en quien la vea. De tratarse de una figura menos altruista, quizás los elogios se transformarían en reproches, ya que a nadie le gustan los publirreportajes. Quizás no logre crear esa imagen completa de la niña, pero al menos le da más visibilidad a su lucha, lo cual es digno de admirar y ya hace de su visionado una parada obligatoria para concienciar, si todavía quedo alguien, sobre esta reivindicación que debería ser universalmente apoyada.
Tráiler de Él me llamó Malala
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