Después de su peculiar visión de El pueblo de los malditos, Michael Haneke arriesga otra vez con su nueva creación. Amor es otro potente y desolador drama del director de Funny Games que, en el fondo, no deja de ser una película de terror puro.
Arriesgada representación de algo tan presente como el final de nuestra existencia, la nueva película de Haneke se sirve de una pareja protagonista inolvidable con una química extraordinaria, y donde cada gesto, cada palabra o balbuceo, golpean sin piedad tu corazón.
Si hay algo que llama la atención en Amor es la frialdad de cirujano con la que el director disecciona el fin de los días de una acomodada pareja octogenaria. El espectador se limita a soportar una decadencia senil a la que solo le quedan los recuerdos de los buenos viejos tiempos como si estuviera viendo un documental sobre la vejez.
No hay música ni tiempo para tomar aire en una película donde Haneke vuelve a poner a prueba la paciencia de los no convertidos, con alguno de sus planos inconfundibles, como el inicial en el concierto o alguna conversación en el salón de la casa del matrimonio.
Tampoco hay demasiado que objetar a la película, salvo la escena de la paloma casi al final, con un Trintignant convertido en decadente Tati o, como mucho, la extrema dureza de la propia película, gracias sobre todo a un par de actores maravillosos.
Una vez más, Michael Haneke sale triunfal en su defensa del cine como arma de destrucción anímica masiva y confirmándose como uno de los mejores directores de cine de terror sutil y demoledor. Misión cumplida.