Hace unas horas se estrenaba el primer capítulo de Better Call Saul y, un día después, el segundo. Supongo que han querido que estos dos primeros contactos con la vida de James McGill fuesen así de seguidos por la sencilla razón de que van de la mano. Y todavía nos estamos conociendo. El primero fue un gran éxito, de crítica y público. Un comienzo genial que puedes leer aquí. ¡Alerta spoiler!
Abran en nombre de la Ley
El segundo episodio de Better Call Saul comienza con una protagonista muy especial, la anciana que no entendía el inglés entrando a casa seguida de los dos hermanos patinadores. Allí se encuentra su nieto, Tuco, que convence a la señora para que suba al piso de arriba a ver la novela mientras él se encarga del asunto. Qué iban a saber ellos que se trata de un peligroso narcotraficante.
Cuando los hermanos nombran a la policía, la expresión de Tuco cambia y no duda en derribarlos con el bastón de su abuelita. Es precisamente mientras está limpiando la sangre de la alfombra cuando toca el timbre James a grito de “abran en nombre de la Ley.” Justo dónde nos dejaba el episodio anterior.
McGill pregunta por Betsy Kettleman, pero mucho me temo que el plan no funcionó porque se equivocaron de coche. Es en esta escena cuando se aprecia la magia de la serie. Por un lado, Tuco sigue apuntando a James con el arma mientras le pide que se identifique.
Él, que se percata de la mancha de la alfombra, empieza a contar una historia totalmente ajena sobre los hermanos y una serie de errores, aunque termina figurándose que están muertos y ahora le toca a él. Además, la anciana no deja de asomarse a preguntar qué pasa, momentos en los que Tuco intenta que no vea el arma y convencerla de que la mancha es salsa.
Abuelita
Parece que Jimmy convence a Tuco, que le dirige al garaje donde tiene a los dos hermanos maniatados. Manda a McGill a que les desate, pero uno de ellos entonces se va de la lengua y asegura que todo fue idea del abogado. Obviamente, eso hace enfadar profusamente a Tuco, pues se da cuenta de que han intentado estafar a su abuelita. Así que toma una decisión: se los lleva a todos al desierto, donde en compañía de algunos miembros de su banda vuelven a interrogarle.
En un principio es sincero: quería estafar a los Kettleman, que se han llevado la pasta del condado, y no a la anciana; de hecho no quería estafarles, sino que le contratasen, para así poder reflotar su vida y tener algo de prestigio. Sin embargo, nadie se cree la historia real y amenazan con cortarle un dedo cada vez hasta que confiese.
Así que James “confiesa”. Finge ser un agente del FBI, inverso en una operación muy importante contra ellos –pues deduce que son narcotraficantes- e incluso le pone de nombre “King Breaker”. Eso aumenta la superioridad moral de su captor, sí, pero no convence a uno de ellos, Nacho (Michael Mando).
El mejor abogado del mundo
Amenazado esta vez por Nacho, Jimmy retoma la historia del principio y cuenta lo sucedido realmente, intentando que le dejen ir de una pieza y asegurando que no volverán a verles nunca. Parece que el abogado consigue salir indemne de allí, pero no así los patinadores. Han ofendido a la abuelita de Tuco y pagarán por ello. Sabiendo su parte de culpa, James decide intervenir e intentar mediar con el narcotraficante.
Sin duda otra escena genial. Los pobres hermanos maniatados en medio del desierto mientras McGill negocia con Tuco el castigo que se van a llevar, primero intentando hacerle parecer justo y después llevándoselo a su terreno. Al final la sentencia deja a cada hermano con una pierna rota.
Eso sí, James se encarga de llevarlos al hospital –y de la factura-, mientras les asegura que es el mejor abogado del mundo y de que la condena original era bastante peor. Más tarde, durante una cita con una mujer, Jimmy recordaría el sonido de los huesos al romperse, lo que le juega una mala pasada.
McGill despierta en casa y allí está su hermano Chuck, forrado en papel de aluminio. Esta serie es un WTF constante. Ya descubrimos que el hombre está obsesionado con las ondas electromagnéticas y piensa que son dañinas para las personas. Por eso escribe a máquina y James debe siempre de dejar el móvil en el buzón. Debido al agua con misterio de la noche anterior, se le olvidó, y por eso amanece con su hermano así de “protegido”.
Es la hora del espectáculo
Los minutos siguientes vemos como la vida de James avanza sin mucho cambio. Casos poco importantes, cheques con pocos ceros y enfados con Mike, el del parking. Día a día, el mismo mantra de “es la hora del espectáculo” frente al espejo, el mismo café de máquina y la misma gente rara.
Hastiado hasta el infinito, no duda en acomodarse en su poco cómodo almacén de salón de belleza chino/despacho cuando, de repente, recibe la visita de un cliente. Se trata de Nacho, el de la banda de Tuco. Se acuerda de lo que el abogado contó sobre los casi dos millones que presuntamente se ha llevado el señor Kettleman, y quiere su trozo. Si Jimmy averigua dónde está el dinero, se lo repartirán. Eso sí, Tuco no puede saber nada. James en un principio se niega a participar, ¿pero acaso tiene otra opción?
Opinión
La existencia de James McGill parece que se complica. La serie ha demostrado ya tener un especial sentido del humor a la hora de crear escenas de lo más inverosímiles que retratan a Jimmy como un auténtico superviviente, dispuesto a arriesgar y con ganas de sobra. No sé si será humor negro, pero está claro que el nivel aumenta conforme evoluciona la trama.
A nivel técnico me encantan los planos imposibles y la naturalidad con la que vemos a Bob Odenkirk hacer de un Saul Goodman todavía muy lejano a Saul Goodman. Reestrenar un personaje desde un comienzo muy distinto no debe de ser tarea fácil pero Bob parece muy a gusto y lo hace de forma bastante natural. ¿Soy el único que se está encariñando, poco a poco, de James McGill?
Puntuación: 8
Última actualización: 10/02/2015