David Victori, el director de El pacto, triunfa en taquilla con su último trabajo, No matarás, un thriller de aroma hitchcockniano, clásico y a la vez con un puntito de riesgo, construido como vehículo de lucimiento de Mario Casas.
NO MATARÁS de David Victori
La última edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges ha acogido fuera de concurso al segundo largometraje del catalán David Victori, algo nada sorprendente no solo por el origen del director, sino por la clara apuesta de este último por el tipo de cine más propio del festival; tras su debut hace un par de años con El pacto, un título de terror, No matarás se encuadra en el thriller y muestra una clara herencia de Alfred Hitchcok, el creador del género.
Hay bastantes puntos en común entre los dos trabajos de Victori; su gusto por los ambientes nocturnos, por los claroscuros, por ambientar sus películas en una Barcelona totalmente alejada de los clichés turísticos, y por un concepto muy clásico del cine comercial, casi en la línea del viejo Hollywood. En primer lugar porque se ciñe a esquemas muy clásicos del género (el pacto con el diablo en su primera película y el pobre hombre atrapado en una situación límite en esta segunda), y también por un planteamiento de la película como vehículo de lucimiento para una estrella. Mientras en El pacto se trataba de Belén Rueda, ahora es Mario Casas quien asume un papel de protagonista absoluto en un intento de dar un paso adelante en su carrera y romper con su imagen de sex-symbol con poco potencial dramático relegado a personajes secundarios.
Mario Casas after hours
El director ha crecido considerablemente como cineasta entre su primera y su segunda película; se ha atrevido con una estructura dramática más difícil, donde los tres actos tradicionales se ven reemplazados por una primera mitad donde la intensidad debe ir subiendo de manera paulatina para llevar al personaje central de la cotidianeidad al terreno de lo desconocido, enrareciendo el ambiente hasta generar un climax en la parte central de la narración, y luego conseguir que no decaiga el interés hasta el final.
Se puede decir que Victori sale con éxito del reto construyendo una especie de versión comercial del esquema de pesadilla nocturna del clásico Jo que noche (After hours) de Martin Scorsese, e insistiendo en el enfoque muy hitchcockniano de la culpa como elemento que sostiene el thriller. De ahí lo acertado de dar a la película un título de claras connotaciones religiosas.
Por su parte, la presencia de Mario Casas ofrece luces y sombras al proyecto. Por una parte sus responsables han comprendido la necesidad de buscar un actor con gancho para atraer al público y han sabido jugar bien con el estereotipo de pelele que el intérprete ha desarrollado en otras películas, poniéndolo en el centro de la historia y llevándolo al límite, ayudándolo además con un enfoque más físico, más basado en la acción, y menos en lo psicológico.
A pesar de esto último, las carencias como actor de Casas, un rostro tan fotogénico como poco expresivo, quedan en evidencia a la hora de sacar adelante un personaje introvertido que debería ir evolucionando a medida que avanza la narración. Probablemente no va a ser este tampoco el trabajo que le abra las puertas del Goya, pero sí ha demostrado su tirón comercial en una temporada que no está siendo precisamente fácil para el sector.