Julia Roberts es la estrella indiscutible de El regreso de Ben, un drama familiar que salva los muebles gracias al eficaz trabajo de guión y dirección de Peter Hedges pese a que el personaje de madre de un toxicómano le queda grande a la estrella, que sigue siendo, eso sí, igual de fotogénica y teniendo el mismo magnetismo ante la cámara que en los tiempos de Pretty woman.
EL REGRESO DE BEN de Peter Hedges
El tiempo pasa y Julia Roberts ha entrado ya en la edad de hacer papeles de madre según las crueles leyes de un Hollywood donde las actrices de más de 40 años tienen pocos papeles a su alcance y además deben conformarse con los que rechaza Meryl Streep. Teniendo en cuenta esta cruda realidad, Roberts o su agente debieron de tardar unos cinco segundos o menos en aceptar un proyecto como El regreso de Ben, con un personaje bombón que lleva el peso de la historia y que ejerce de bisagra y pegamento en una familia rota por la toxicomanía de un hijo adolescente. Es un estupendo personaje: fuerte pero vulnerable, sensible pero inteligente y una heroína a su pesar que no puede permitirse derrumbarse ante una situación que se va haciendo cada vez más límite.
Cuando la vuelta a casa por Navidad no es una buena noticia
La película es un festival de Julia Roberts en el que el resto de la familia lo conforman un marido y una hija egoístas que solo sirven para el mayor lucimiento de la madre, a la que, lejos de ahorrarle problemas, le obligan a mentirles y a convertirse en árbitro entre ellos y la oveja negra, el hijo adicto que ha vuelto a casa por Navidad pese a que nadie le estaba esperando, retratado según los clichés moralistas habituales en el audiovisual estadounidense y, curiosamente, interpretado por Lucas Hedges, el hijo del director del film.
No falta tampoco ningún tópico en la representación del mundillo de camellos de una pequeña ciudad; solo el hecho de que los traficantes no son de raza negra ni hispana nos recuerdan que nos encontramos en la segunda década del siglo XXI, ya que por lo demás el imaginario colectivo hollywoodiense no parece haber evolucionado desde los yonquis heroinómanos de los años 70 y 80, pese a que en las últimas décadas tanto la tipología y el comportamiento del consumidor como las sustancias consumidas evidentemente sí han cambiado.
El pero principal del proyecto, sin embargo, no es ese sino que se trata de un vehículo de lucimiento de una estrella que siempre ha tenido carencias serias como actriz que el tiempo no ha curado. Cumplidos los 50 años, Roberts sigue siendo una de las intérpretes más fotogénicas de cualquier edad del mundo, incluso aunque en la película apenas tenga ocasión de mostrar su sonrisa. No obstante, sus limitadas aptitudes dramáticas dan una pátina de superficialidad a una historia que se ve con gusto y que cumple su función pero que tal vez en manos de otra intérprete habría alcanzado un mayor calado.
Es justo reconocer que existen otras limitaciones propias de un producto comercial, que se centra en crear acción e intriga, llevadas, eso sí, muy correctamente, en torno a la desaparición del hijo en rehabilitación, y no tanto en ahondar en la dificultad de mantener el tipo en una familia que a veces lucha por recomponerse, y a veces simplemente quiere fingir que lo ha conseguido, tras sufrir daños irreversibles. La boda de Rachel, de Jonathan Demme donde Anne Hathaway era la joven en proceso de rehabilitación, sí intentaba ir un poco más lejos en esta dura temática.