Hace diez años que Sam Raimi siguió el camino que poco antes había abierto Brian Singer e inició las aventuras de Peter Parker con una trilogía a la que el tiempo, al igual que a la saga mutante, no ha tratado bien. La tercera entrega de la saga no dejó satisfecho a nadie a pesar de los 900 millones de recaudación mundial, pero como esto es Hollywood, la pela es la pela y la juventud descarriada suele ser la que ocupa la mayoría de las butacas de las salas cuando lo que se ofrece es mediocridad de consumo rápido del calado de Crepúsculo o Los juegos del hambre –eso es así y Lionsgate ya planea un remake de la primera a cinco años vista-, qué mejor que un renacimiento arácnido donde siempre es de noche –menos cuando van a clase entre música emo o Coldplay- y donde, al igual que en la horrenda Kick-Ass, lo que se ofrece es una adaptación de un cómic al gusto del público que no ha leído uno en su vida.
El problema es que el hombre araña es el personaje más popular de la historia del cómic y revolver en sus orígenes para terminar ofreciendo más de lo mismo con aires de novedad le sienta regulín regulán a una película que se queda a medio camino entre el romance adolescente doloroso (aunque Andy Garfield roce la treintena) y la película solemne de héroes enmascarados que a Nolan le funcionó en la bat-saga.
Ya sabíamos que Marc Webb sabía pasarse de listo –ahí está (500) días juntos-, pero presentar una caricatura blanda y aburrida no era lo acordado. Andrew Garfield hace lo que puede y Emma Stone y su voz de cazallera siempre son un plus allá donde esté, pero es que el resto es insoportable, está a años luz de Los Vengadores y no mejora lo anterior. ¿Qué pensarán en Marvel?