Se presentaba Deadpool como una buena oportunidad para que Marvel nos mostrase otro tipo de héroe alejado de los superhéroes blancos a los que nos tiene acostumbrados. Y aunque desde luego este Deadpool –interpretado con mayor solvencia de la habitual por un Ryan Reynolds que además ejerce como productor–, es distinto a sus colegas de Los Vengadores o Spiderman, como película es una decepción. Y como adaptación de Marvel es más de lo mismo, aunque intente jugar en otra liga.
Es una decepción sobre todo porque Deadpool es una película tramposa. Se presenta como una vuelta de tuerca a las adaptaciones de cómics y enseguida deriva en un sinfín de coches y mobiliario urbano destrozado. Aderezado, por supuesto, por una buena ración de tortas (u hostias como panes para emplear el mismo tono irreverente de la película), triste sello de marca del cine de Marvel, cuyos fans (o Marvelitas), se meten con las adaptaciones al cine de DC por su solemnidad sin preocuparse antes por los (numerosos) males de la llamada “Casa de las ideas”.
Deadpool es descarada desde los créditos iniciales, en los que no salen los nombres de actores ni equipo sino ingeniosas (supuestamente) frases, tipo: “la tía buena” o “dirigida por un tío claramente sobrevalorado”. Pero ese tono subversivo se torna en seguida en faltón y zafio, lo que le quita la gracia que podría tener en un principio, para acabar cansando y provocando la indiferencia. Ya se sabe el dicho: lo poco aburre y lo mucho cansa. Por otra parte, con la excusa de reírse de ellos, la película tira de todos los tópicos que critica, como la mujer objeto (una Morena Baccarin que cumple) o el malo malísimo (aquí falla por completo el inglés Ed Skrein).
Deadpool se ríe de todo y de todos, de los tópicos de las películas de superhéroes, de la carrera de su protagonista Ryan Reynolds (graciosas las referencias a Green Lantern), e incluso del universo Marvel (en especial los X-Men). Pero se gusta tanto, se cree tan original y divertida, que saca al espectador de la historia (al menos al que escribe esto).
Hay que reconocerle buenas ideas visuales y un esfuerzo por hacer un producto distinto, pero fracasa. Deadpool pretende abrumar en cada plano, provocar la risa en cada diálogo o sentencia del protagonista, pero el efecto pasada la media hora inicial, se difumina. Se nota que en la dirección está el debutante Tim Miller, responsable de los efectos especiales de Scott Pillgrim, cinta de culto mucho más honesta y divertida pero que también adolecía de un exceso de posproducción que agotaba un poco.
A pesar de todos estos peros, es justo reconocer que Deadpool es una curiosa mezcla de referencias de éxito de la cultura popular. Miller ha metido en una coctelera Kick Ass, El club de la lucha o Beavis & Butthead, para crear una película gamberra que probablemente acabe gustando a más espectadores de los que decepciona. Personalmente, me quedo con la solemnidad de los Batman de Nolan. Por no hablar del Superman de Richard Donner, eso ya es otra historia…
2 / 5