Es curioso cómo el paso del tiempo lo cambia todo, desde la percepción que tenemos de algo o alguien hasta cómo interpretamos la realidad. ¿Es el tiempo quién nos cambia o somos nosotros los que cambiamos con el paso del tiempo?, ¿o es lo mismo?. Tal vez no importe esta divagación para lo que nos ocupa ahora mismo, que es hablar sobre El puente de los espías, la nueva película de Steven Spielberg.
Pero he querido plasmar ese pensamiento porque viendo este nuevo Spielberg, ha sido la primera vez en mi vida que he sentido que el director de E.T me la estaba colando. Yo he sido desde que tengo uso de razón (suponiendo que lo tenga claro), un gran fan y defensor de Spielberg. Siempre he pensado que es uno de los… ¿diez? mejores directores de la historia del cine. Repasando su filmografía puedo encontrar fácilmente diez obras maestras, con Munich por supuesto entre ellas.
Por eso considero cada nueva película de Spielberg un acontecimiento. Y El puente de los espías me ha dejado frío. Con una secuencia inicial absolutamente brillante que invita a presagiar que estamos ante una obra maestra, este melodrama de espías que narra una historia real enmarcada en la época de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, deriva muy pronto tras su brillante inicio en un filme en el que todo es demasiado perfecto.
Desde la brillante dirección de Spielberg, hasta la fotografía de su colaborador habitual desde hace muchos años Janusz Kaminski, que evoca los tonos fríos y desaturados de Salvar al soldado Ryan. La factura técnica de El puente de los espías es majestuosa, pero falla el tono.
Y es que, si en Inteligencia Artificial Spielberg admitió abiertamente (a pesar de ese giro final tan Spielberiano que a mi me emociona y compro sin problemas), haberla intentado rodar como si fuese un filme de Kubrick (el director de El Resplandor llevaba años detrás del proyecto), en El puente de los espías es como si intentase transmutarse, cual Zelig, en Frank Capra. Y sí, en La Terminal ya se había puesto el traje de Capra, pero en está película ese mimetismo me incomoda.
Todo en esta película es amable a pesar de la historia que se está contando, Tom Hanks parece una reencarnación del Atticus Finch que tan magistralmente interpretó Gregory Peck en Matar a un ruiseñor. El británico Mark Rylance (seguro candidato al Oscar a actor de reparto por este papel), está brillante en su encarnación de ese espía ruso de moral intachable e inquebrantable. La banda sonora de Thomas Newman es notable y puntúa a la perfección todo el metraje, pero echo en falta la “imperfecta perfección” de John Williams, apartado por segunda vez tan solo de colaborar con Spielberg por el poder de La Fuerza (y de su provecta edad).
¿Qué falla entonces en El puente de los espías?, pues que no me creo nada o casi nada. A pesar de que desde el rótulo inicial hasta las explicaciones finales se me está reiterando que lo que estoy viendo está basado en hechos y personajes reales, no me creo el abogado blanco blanquísimo de Hanks. Ni los rusos “rusisimos”. Ni la magistral fotografía de Kaminski, magistral en este caso literalmente, pues uno casi puede intuir los focos, reflectores y pantallas detrás de varios de los decorados.
Tal vez el fallo en esta ocasión esté en mí, y vuelvo a la reflexión con la que comenzaba la crítica. Puede que yo sea menos optimista o más cínico que hace años, cuando el plano final de la bandera americana en Salvar al soldado Ryan o el vestido rojo de la niña en La lista de Schindler me parecían detalles de un genio como director mientras media humanidad se le echaba al cuello. Tal vez los terribles atentados del pasado 13 de noviembre en Paris me hayan vuelto más duro, menos receptivo y transigente a las maniobras con las que Spielberg nos intenta decir a cada plano de El puente de los espías que no pasa nada, que al final los hombres buenos y rectos siempre ganan. No lo sé…
Por todo esto no puedo, ni loar la película como su brillante factura la haría merecedora, ni tampoco denigrarla como su mensaje efusivamente “everything is gonna be alright” me impulsaba a hacer recién salido de la sala.
Porque de vuelta a casa, caminando por el centro de Madrid, iba yo pensando si Spielberg había sido siempre así y a mi me entusiasmaban cada una de sus obras porque yo era distinto a la persona que soy ahora, o si El puente de los espías es simplemente un filme brillante y entretenido, pero tramposo y manipulador. Prefiero quedarme con está última opción, aunque ahora me da miedo revisar la filmografía de Spielberg y encontrarme con sensaciones parecidas a las que he experimentado con esta película. No quiero volver a ver Munich y descubrir un cuidadosamente camuflado mensaje sionista donde yo solo veía un equidistante análisis del conflicto palestino-israelí y de los tiempos post 11S que se nos avecinaban. Tampoco quiero revisar E.T y no llorar por enésima vez con su final. Y sobre todo, me llevaría un enorme disgusto si descubriese que la historia de ese adulto que recupera al niño que fue en Hook, no me resulta tan creíble ni bella ahora que soy yo el que ya no es un niño.
Prefiero pensar que esta vez la culpa de que la nueva película de Spielberg no me haya parecido una obra maestra es de la propia El puente de los espías simplemente, o como mucho de mi percepción, cambiada por el paso del tiempo o por el terrible mundo en el que vivimos lleno de amenazas latentes pero invisibles hasta que suceden.
Volveré a ver El puente de los espías en un tiempo, con la esperanza de que la inclusión en nuestra web como mejor película de la semana no responda a un trato de favor por mi parte a Spielberg como el que le da el profesor al niño que ha suspendido el examen pero al que aprueba porque le cae bien, o simplemente no le hace la vida imposible como el resto de sus compañeros de clase. Y porque sigo pensando a pesar de todo, que cualquier película dirigida por Spielberg es la mejor película de la semana.
Y quién sabe, tal vez nuevamente yo haya cambiado cuando la vuelva a ver en un tiempo y El puente de los espías me parezca la obra maestra que yo intentaba buscar pero no encontré hoy. O a lo mejor los tiempos de la Guerra Fría que describe me resulten más creíbles y menos maniqueos si la Guerra del Terror en la que estamos inmersos en este “primer mundo” ha terminado. Ojalá.
3 / 5