Una comedia dramática adolescente que, aunque gira en torno a tópicos, los rehuye introduciendo muchos elementos de cine de autor y de cine social que la llenan de autenticidad y la han llevado a las puertas de cinco premios Oscar de los más relevantes.
Lady Bird de Greta Gerwig
Todos hemos visto muchas películas de adolescentes y los bailes de graduación de final de instituto, la pérdida de la virginidad, las broncas con los padres y hermanos y las dudas e inseguridades acerca de qué estudiar y cómo orientar tu vida a esa edad en la que estás a punto de dejar tu casa y entrar en el mundo adulto constituyen casi un género propio. Lady Bird en principio no parece aportar nada nuevo pero es un típico ejemplo de cómo todas las historias están ya contadas y sin embargo, como no hay dos personas iguales ni por lo tanto dos cineastas iguales, cada película puede aportar uno o muchos elementos personales que la hacen especial.
Por lo tanto, aunque a priori podría parecer que estamos ante una sucesión de los tópicos del cine adolescente, Greta Gerwig, la directora y guionista, introduce una serie de matices que sumados aportan un sello distintivo importante a Lady Bird: en primer lugar se centra en una chica y no en un chico, lo cual, sin llegar a ser una rareza, no es lo más común, sobre todo si además se cuenta una historia de mujeres en la que los personajes relevantes son los femeninos y los masculinos están de relleno o como mucho de apoyo para mostrar los conflictos, las virtudes o las debilidades de ellas, invirtiendo los roles que vemos generalmente. En segundo lugar es una comedia dramática que evita tanto los gags fáciles y bufos, empleando un sentido del humor más bien negro, como los tintes trágicos y melodramáticos; la protagonista no es una víctima ni tampoco una harpía y, aunque los enfrentamientos con su madre y su hermano sean continuos, la película no toma partido ni lleva a cabo juicios morales de ella ni de su familia.
Lady Bird compensa sus defectos con una gran autenticidad y vitalidad
Pero tal vez lo más destacado del film sea el mostrar sin tapujos el enorme protagonismo que tienen las diferencias de clase social en la vida de los adolescentes; no solamente en su nivel de popularidad en el competitivo y agresivo mundo de los centros educativos norteamericanos sino también en sus planes de futuro y su toma de decisiones, a diferencia de muchas películas en las que este elemento se obvia y los adolescentes son los más envidiados o los marginados y acosados por su físico o su personalidad, ignorando el factor social y racial. Sin ir más lejos, es interesante comparar el personaje que interpreta aquí uno de los actores de moda, el lánguido efebo Thimotée Chalamet, con el que tenía en Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino, estrenada en nuestro país en fechas muy similares. En realidad el personaje es semejante en ambas películas, pero parece muy diferente porque en Lady Bird la directora no cae en los tópicos del cine burgués y complaciente de Guadagnino y muestra sin filtros ni edulcorantes su egoísmo y su frivolidad al sentirse atormentado pese a, o probablemente a causa de, no tener que enfrentarse a ningún problema real como en qué universidad será admitido, si tendrá la opción de salir de su pequeña ciudad o si estará condenado a repetir la vida mediocre de sus frustrados padres. La protagonista, que sí tiene que lidiar con esas preocupaciones, no puede permitirse el lujo de sentirse destrozada por el desengaño de su primer amor ni por lo poco memorable de su baile de graduación ni de su primera experiencia sexual.
Lady Bird tiene no pocos defectos, como estar ambientada en 2003 sin mayor motivo que el ejercicio simple de nostalgia al haber sido en esa época cuando su directora fue adolescente, o incluir un tramo final que no aporta nada cuando ya ha pasado su climax dramático, pero los compensa de sobra por la autenticidad y la vitalidad que desprende y por cómo da la vuelta a los tópicos del cine adolescente.