Akira Toriyama supo crear una obra mundialmente reconocida y taquillera como pocas que comenzó en 1986 con Dragon Ball, continuando tres años después con Dragon Ball Z, exponiendo el crecimiento y la evolución de sus personajes. El animé ha despertado una pasión desenfrenada en millones de personas que con el avance de los capítulos se fueron transformando en fanáticos empedernidos. Como una bola de nieve imparable y aprovechando el éxito, una buena cantidad de OVAs han sido consumadas, pasando directo al VHS/DVD.
El desafío aquí, en Dragon Ball Z: La batalla de los dioses radica en saciar el hambre de gloria y la ansiedad de todos aquellos espectadores que se regodean cada vez que algo nuevo emerge acerca de la realización japonesa. El film intenta acaparar la atención invocando a la nostalgia, refiriendo en la gran pantalla (y a través de una puesta en escena a la altura de las circunstancias) a la mayor medida de figuras que tuvieron sus momentos durante la serie animada. Discutida por algunos de sus amantes y también venerada por otros, la proyección abre debates con sentimientos y opiniones cruzadas a la hora de definir si cumple con las expectativas generadas de antemano.
Ubicada años más tarde de la agobiante y ardua batalla con Majin Buu, nuestros protagonistas se encuentran de festejo en el cumpleaños de Bulma mientras que, en otro planeta, el villano de turno, llamado Bills, despierta de una larga siesta. Este extraño y peculiar sujeto (muy perezoso por cierto), representa, en teoría, una nueva amenaza para los guerreros Z y para la Tierra, al enterarse de la existencia de un poderoso luchador al que él mismo concibe mentalmente como un Dios Saiyajin.
Así que, sin más ni menos, viaja en búsqueda de su objetivo, para medirse en combate. Bills es un bellaco que da la sensación de nunca llegar a convencer ni amedrentar demasiado al público. Tampoco es un personaje dotado de gran carisma, puesto que su apariencia se percibe bastante insulsa y algo forzada en su afán de sacar a relucir risas. Incluso si nos remontamos a otras ediciones, figuras que estuvieron del flanco malvado han sido portadoras de al menos un componente apreciable; por citar dos ejemplos aislados, Broly supo hacerse respetar a base de una postura intimidante y vigorosa; Janemba, de personalidad diferente y más allá de contar con un poder descomunal, conquistaba por su simpatía. El problema con Bills, aquí en Dragon Ball Z: La batalla de los dioses, es que no termina de encajar en ninguno de los dos entarimados mencionados para enlazarnos.
No se puede negar que el humor se hace presente en la cinta, más cercano a las etapas de Dragon Ball, con chascarrillos y situaciones pintorescas (en varias de ellas implicado Pilaf), de grado algo inocente o naif como siempre ha sido, fiel al estilo de la creación de Toriyama. Cuando se incurre en este tipo de gags la narración se hace amena, divertida e invita a la sonrisa, pero cuando se abusa de estos eventos se roza lo infantil y a la vez se nos aleja de un desarrollo cautivante. Para encanto de los fans, se agradece la presencia de Goku, Vegeta, Trunks, Goten, Gohan, Ten Shin Han, Piccolo y de todo lo que rodee a las transformaciones en súper saiyajin y alguna siempre bien recibida fusión.
La animación lógicamente está bien lograda, pero en lo que respecta al factor batalla la película no emociona ni suscita tensión, vértigo ni adrenalina. Lo que es peor es que se tarde demasiado para arribar al momento en que podamos ver en acción a nuestros héroes.
Así, con todo, con pros y contras, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses se queda a mitad de camino en relación a lo esperado, resultando una obra que funciona mejor como una suerte de episodio anecdótico-simpático que como una verdadera nueva aventura apasionante.
2.5 / 5
habra una nueva pelicula de broly