Es posible que Michael Bay sea la única persona de la industria cinematográfica que rueda una obra maestra como Pain & Gain (Dolor y dinero) para limpiar la ansiedad de su alma y acto seguido rueda la película que nunca quiso rodar… salvo que tuviera carta blanca para sacar dinosaurios robóticos.
Pero hay mucho más que dinosaurios cibernéticos (de hecho, hay pocos) en este nuevo punto de la historia. Para empezar, un nuevo reparto con la difícil misión de hacer olvidar al de la trilogía original, que a base de insistencia y repetición terminó llegando a nuestro corazoncito. Ahora el tipo del lugar equivocado y el momento inoportuno es Cade Yeager (Mark Whalberg), una especie de chatarrero e inventor en horas bajas, viudo, con una hija adolescente enamorada de un tío que no le gusta nada y que está a punto de perder su casa. Ah, vive en París, Texas. Y su arranque, con esos renqueantes Estados Unidos cinco años después de la batalla, son más ciencia ficción que gran parte del material en que se mueve habitualmente este tipo de cine.
También tenemos un relevo para el personaje cachondo que interpretaba John Turturro, aunque también recuerda al que hizo John Malkovich en la tercera entrega. Stanley Tucci, como un Steve Jobs de la multiforma alienígena al que le viene grande el movidón donde anda metido.
Y no sería una película de robots gigantes sin Optimus Prime, Bumblebee y algún inédito superviviente de la batalla de Chicago. En este caso los guantazos se repartirán entre la ciudad del viento y China.
Eso es, a grandes rasgos, un resumen de lo que hay en Transformers 4: La era de la extinción, un monstruoso divertimento de verano que está a la altura de los anteriores pero en el que, por primera vez, se aprecian síntomas de cansancio y agotamiento… en su director.
Por primera vez en la saga (y me atrevería a decir que en su carrera), Michael Bay decide no mostrar hasta el último segundo de un plano determinado o pasa a un contraplano de manera brusca. Y cambiar de plano bruscamente, hablando de un tipo como Bay, es algo bastante rudo.
También es comprensible que la criatura esté cerca de devorar a su creador (a su director, no se vaya a enfadar alguno), cuatro películas de 200 millones de presupuesto en siete años es una barbaridad, pero lo que no han perdido Michael Bay, sus editores (tres!!) y su guionista (de nuevo Ehren Kruger en solitario), es la habilidad de lograr que casi tres horas de película pasen en un suspiro (o suspiro y medio) y, esto ya sólo marca de la casa Bay, lograr ángulos tan locos para composiciones que parecen planificadas desde el espacio que hay entre las piernas de la chica de la función.
Los golpes de humor habituales para coger fuerzas (alguno previsible, pero siempre eficaz) funcionan a la perfección y la música emo-mal (en este caso, Imagine Dragons) adorna las infinitas puestas de sol que caben en tres horas de película. Luces y sombras de una función con tal nivel de sense of wonder que poco importa lo que flojee o no parezca estar a la altura.
No faltarán los cuchillos y los misiles anti-Bay, pero siempre me parece bien que una película de más de doscientos millones de dólares me muestra hasta el último centavo invertido.
4 / 5
A mi me pareció la película muy entretenida, y me dio todo lo que yo esperaba, alucinantes efectos especiales, y robots luchando hasta más no poder, junto a una historia humana que hace que la película sea muy buena.