Es comprensible que en Estados Unidos una película como Boyhood, el proyecto de toda una vida de Richard Linklater, haya calado en lo más profundo del corazón de público y crítica. Es comprensible porque, como (por una vez) el (sub)título español indica, estamos ante los fragmentos de una vida… muy americana.
La tradición y las dudas que suponen pasar de la niñez a la edad adulta, el primer amor, y esa cadena de actos vitales tan marcados y para lo que han sido diseñados los norteamericanos, esto es, familia disfuncional que sale a flote – divorcios – alcohol – primeros amores – instituto – primeras aficiones – universidad – madre que desteta a sus hijos, está narrado durante tres horas, sí, pero está rodado a lo largo de más de una década de rodaje.
Durante los últimos doce años, Linklater ha reunido a su maravilloso elenco tres veces cada año, para rodar los progresos de la vida de un chico (muy bien Ellar Coltrane) con unos padres modernos y divorciados (estratosféricos Arquette y Hawke) y todos los sueños por cumplir.
Los que no somos americanos o no aspiramos a tener una vida como la suya, tenemos suficiente con sentirnos afortunados por ser testigos privilegiados del paso del tiempo y ver envejecer (no a todos por igual, porque lo de Hawke no es normal) y madurar a la familia que nos acoge. Honestidad minimalista, sencillez y una excelente sección musical hacen el resto en una película que podría pedir tijera a gritos, pero el enorme esfuerzo requerido y el infinito compromiso que se necesita para conseguir Boyhood no se lo merecerían.
(Casi) tres horas para ver pasar ante nuestros ojos, y en primera persona, algo más de una década. Qué cosa tan compleja y tan cabrona es eso del tiempo, ¿verdad? Puede que Boyhood resulte muy americana, sí, pero no olvidemos que lo que cuenta es universal.
4 / 5