La monja, sin duda el gran estreno de terror comercial de la temporada protagonizada por Taissa Farmiga (American Horror Story), no decepcionará a quienes busquen una experiencia similar a la de un pasaje del terror de un parque de atracciones. Quien en cambio espere una narración con desarrollo de una historia y personajes que evolucionan, será mejor que evite la decepción eligiendo otra película.
LA MONJA de Corin Hardy
Es bastante fácil descalificar y despachar con un par de comentarios irónicos un típico producto comercial de terror como La monja. La trama se puede contar en un par de líneas sin que eso suponga omitir ni simplificar aspectos importantes; no hay desarrollo de personajes, ni conflicto dramático, ni subtextos ni tramas secundarias. Los dos protagonistas, un cura y una monja, no tienen interacción entre ellos ni sabemos nada de su pasado, más que una anécdota en el caso del cura, de su motivación, ni evolucionan a lo largo de la película; el tercer personaje es un secundario que parece que podría tener una subtrama romántica o hacer de alivio cómico entre las escenas de terror, pero no cumple una función ni la otra, de hecho tras el planteamiento desaparece hasta el desenlace de la película. Y la mala de la función, la monja del título, es típica publicidad engañosa, es solo una de las muchas materializaciones del espíritu maligno que ha impregnado el lugar y no constituye tampoco un personaje. Desde el concepto del cine como arte narrativo, de contar historias, estaríamos ante un completo desastre.
Cine de terror con todos los clichés
Pero existe otro concepto del cine, como espectáculo y como arte visual y plástica, y desde ese punto de vista sería muy injusto no reconocer que La monja tiene detrás, no desde luego un gran trabajo de guión, pero sí de storyboard. El diseño de las secuencias está muy cuidado y logrado; la producción es de primera y existen imágenes de enorme e hipnótica belleza y sugerencia que difícilmente un aficionado al terror puede despreciar y que de hecho consiguen mantener la atención del espectador a pesar de que no exista arco dramático ni historia que atrape ni enganche. Es evidente que se trata de un título dirigido a los sentidos y no a la mente, que gustará o incluso hará las delicias de los amantes del giallo italiano pero que casi con toda seguridad decepcionará a los seguidores del terror psicológico.
No obstante, incluso desde esta perspectiva del cine como experiencia sensorial, no se puede dejar de comentar la falta total de innovación en la película. Los iconos del terror que se emplean beben exclusivamente de lugares comunes: un antiguo convento en Rumanía, cruces invertidas, antiguos libros de exorcismos, hábitos bajo los que se esconden seres demoníacos, …. Aunque es cierto que están bien o incluso muy bien presentados, todos estos elementos son conocidos y están muy vistos, a diferencia de las grandes figuras del mencionado giallo, que sí eran capaces de superar o reinventar el cliché y crear una iconografía propia. El director, Corin Hardy, tiene desde luego talento visual, pero esta película no despeja la incógnita de si debería orientarlo hacia el cine o para el videoclip, sin que esto suponga ningún desprecio hacia esa forma de expresión.
Crítica de José Antonio López