Dejando de lado la atrevida impetuosidad de Paul Thomas Anderson sobre el mundo de la alta costura, ‘El hilo invisible‘ es una elegante y fría imagen de cómo las pasiones entre un artista y su musa devienen en perversa relaciones del amour fou.
La despiadada delicadeza
El diseñador español Cristóbal Balenciaga le comentó a Prudence Glyn, del diario ‘The Times’: “La manera de vivir que permite la existencia de la alta costura no existe como tal, ya que la alta costura es un lujo que resulta imposible en nuestra época”. Paul Thomas Anderson prosigue con su retrato de protagonistas extremos y atormentados. Esta vez cambia la psicodelia de ‘Puro vicio’ por la elegancia de la alta costura con ‘El hilo invisible’, nominada a seis premios Oscar, incluyendo mejor película, mejor dirección y mejor actor para Daniel Day-Lewis.
Años 1950, Londres empieza a levantar cabeza tras las duras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Reynolds Woodcock es un prestigioso modista cuyos métodos obsesivos y laboriosos, dan como resultado unos magistrales diseños que han hecho de él, uno de los estandartes de la alta costura, teniendo de clientes a importantes figuras de la realeza y la alta sociedad. Su hermana Cyril es la que se encarga de llevar la contabilidad del atelier, para dejar plena libertad creativa a Reynolds. Un día conoce en un restaurante a Alma Elson, una bella camarera de la que se enamorará. Surgirá así una complicada relación entre artista y musa en la que los tormentos del diseñador se toparán con el carácter indómito de su numen.
La perversión de los delirios del amor
Inspirándose en Cristóbal Balenciaga y el modista estadounidense Charles James, Anderson, que también escribe el guion, confecciona un elegante drama de época en el que los otros grandes protagonistas son los magníficos diseños de Mark Bridges, sus mejores creaciones para cine y que superan con creces a los que creó para ‘The Artist’, con la que ganó el Oscar. No obstante, pese a contar con unos diseños propios de la alta costura, la moda se queda en un triste discreto segundo plano en ‘El hilo invisible’.
Paul Thomas Anderson utiliza la moda como si se tratase de otra área artística como la pintura o la cinematografía, al crear un personaje tremendamente obsesivo y atormentado que interpreta magníficamente Daniel Day-Lewis. Obviando que el mundo de la moda no tiene creadores tan misántropos, ni siquiera Balenciaga lo era, al ser una vocación de eminente carácter social, en la que la que el protocolo es ley, ‘El hilo invisible’ destaca al hacer un frío e intenso retrato de la tóxica relación entre un artista y su musa.
Es más, el carácter maniático, ensimismado, consentido, arrogante y déspota de su protagonista crea un perverso círculo vicioso con su inspiración, una joven inculta y de origen humilde. Anderson escribe y dirige la tormenta perfecta, aquella que empieza entrando con aparente calma para destrozar con implacable vigor en aparente equilibrio logrado. Ahí juega su principal baza el realizador, nada esa atormentada relación se podría transmitir sin sus actores principales: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Manville.
Day-Lewis continúa en su línea, con papeles sumamente complejos, intensos y hechos para otorgar al público una clase magistral de interpretación. Pocos trabajos del actor británico han sido regulares, teniendo una carrera tan selecta como las clientes de Reynolds Woodcock. Vicky Krieps es la gran revelación para el público anglófono, reconocida ya era por el circuito europeo gracias a ‘La camarera Lynn’ y ‘El joven Karl Marx’, luxemburguesa de nacimiento, se espera que se prodigue más en el cine en inglés, siguiendo la estela de otros actores europeos como Daniel Brühl o Diane Kruger. La tercera en discordia es Lesley Manville, magnífica en el papel de férrea hermana mayor, recordando en varios momentos a la inclemente Mrs. Danvers de ‘Rebeca’.
La compleja y atormentada relación entre un artista y su modelo
Quizás la película de Alfred Hitchcock, y por extensión también la novela homónima de Daphne du Maurier, hayan servido de referencia para la confección de una relación amorosa basada en el odio y el desprecio, despertando perversas pasiones propias del delirio del amor. Es más, conforme la relación empieza a desarrollarse de manera más profunda, las tornas van cambiando, creando una relación amorosa sadomasoquista y enferma, siendo el gran punto final de una película elegante y correctamente rodada.
No obstante, ese tipo de relaciones, propias también del cine de R. W. Fassbinder, imposible no acordarse de ‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant’, es mostrada de forma excesivamente fría e intensa, dejando completamente fuera al espectador, que se convierte en testigo del perverso juego entre el modista y su modelo. Tanto a Anderson como al intenso Day-Lewis les falta el toque canalla, cínico y burlesco que hubieran hecho a ‘El hilo invisible’ una obra maestra, además de haber sido más fehaciente en su retrato del mundo de la moda, relegado a un completo segundo plano pese a los loables diseño de Mark Bridges (que puede ganar muy justamente un segundo Oscar).
Para dejar más evidente la impetuosidad y completa ausencia de pasión hacia la moda de Paul Thomas Anderson basta con recordar las propias palabras de Balenciaga: “Un buen modista debe ser: arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida”. El cineasta construye una buena historia, esculpe unos personajes concretos, pinta una estupenda escenografía (obra de Mark Tildesley), compone una correcta música (esto es obra de Jonny Greenwood, líder de Radiohead) pero carece de la filosofía con la que hubiera creado un traje adecuado para semejante relación pérfida.
‘El hilo invisible’ supera con creces a ‘Puro vicio’ y ‘The Master’, pero dista mucho de la maestría que tuvo Anderson con ‘Magnolia’ y ‘Boogie Nights’. Quizás el cineasta sepa retratar muy bien a personajes masculinos atormentados, pero necesita o bien cierto toque de irreverencia o bien reformular dichos retratos. Pese a ello, se está ante un elegante y magnífico drama de época, que disfrutará el público de la misma forma que aprecia un bolso de Hermès, desde la vitrina de un escaparate.