A la gran temporada que vive el cine español este año se suma el debut de la directora Belén Funes, La hija de un ladrón, una historia de conflicto padre-hija, interpretados por Eduard y Greta Fernández, que lo son en la vida real. El film sigue las pautas del cine social británico y de Ken Loach en particular.
La hija de un ladrón de Belén Funes
Han pasado ya casi dos décadas desde títulos como Los lunes al sol (Fernando León, 2001) o Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003), y el cine social español va necesitando de un relevo que hasta ahora no termina de llegar, o al menos de consolidarse. La opera prima de Belén Funes, premiada en San Sebastián con una Concha de Plata y finalista al Goya de mejor dirección novel, apunta maneras; se trata de la historia de una joven ayudante de cocina y su lucha por la custodia de su hermano menor que se encuentra en un centro de acogida.
Cine social con conflicto padre-hija
Las similitudes con el cine de Ken Loach no se limitan al argumento, sino también a una manera de rodar seca y de cámara en mano y a la elección de una actriz semidesconocida, Greta Fernández, hija de Eduard Fernández, y gran revelación de la temporada.
Existen también diferencias, ya que el enfoque de Belén Funes es más psicológico e intimista que el de Loach; La hija de un ladrón no se limita al esquema de un héroe de la clase trabajadora enfrentado a un capitalismo impersonal y despiadado y a una burocracia estatal insensible e ineficiente.
Aunque esos elementos están ahí, Sara no se queda en un arquetipo ni en un símbolo de una clase social, sino que existe una indagación en su problemática personal y en sus carencias afectivas. Tampoco es una persona entera y equilibrada capaz de ayudar a otros con sus problemas, como los protagonistas de las películas de los hermanos Dardenne, los otros reyes del cine social europeo, sino que tiene dificultades para poner orden en su propia vida.
Sobre todo, la autora no llega a pronunciarse respecto a si las motivaciones de su personaje son adecuadas o no; Sara es víctima de su padre liante y manipulador, pero sobre todo de su propia dependencia emocional que, en lugar de pasar página, la lleva a revivir una y otra vez el abandono por parte de este, que intuimos que lleva repitiéndose desde su infancia. No está claro que ocuparse de su hermano menor, e intentar protegerle del padre al que el niño también adora, para evitarle el consiguiente desengaño, sea la mejor decisión, sino que debe ser cada espectador quien lo valore y saque sus conclusiones. La postura de la directora es escuchar y observar a su protagonista absoluta, a la que la cámara sigue continuamente; en ningún caso juzgarla, ni en sentido positivo ni en negativo.
La hija de un ladrón, por lo tanto, se encuadra claramente dentro del cine social pero sin épica y tampoco sin sordidez, desde una modestia que puede constituir su principal limitación, ya que carece de los elementos que pueden llamar más la atención del público; se podría decir que nace con la vocación de ser una película pequeña. Por otra parte, no deja de ser una vuelta de tuerca al conflicto con el padre y al sentimiento de orfandad, el gran tema abordado desde siempre por el cine de autor español.