Mientras James Wan, el responsable de las sagas Saw y Expediente Warren, asume con gusto la herencia de la serie B, Ari Aster con solo dos películas se ha convertido ya en un referente de otra forma de entender el terror. Su concepto del género es ambicioso y no oculta su voluntad de hacer gran cine, de crear grandes clásicos del género en la línea de La semilla del diablo o El resplandor, y su admiración por los autores europeos. Se lanza sin reparos a metrajes superiores a 130 minutos, algo que se admite en otros géneros pero en terror es casi un desafío a las normas de la industria, y se atreve a dotar a sus películas de un ritmo lento y a recrearse en la composición de cada plano, como si estuviera al cargo de una pequeña producción independiente, en productos que se distribuyen en centros comerciales para el público masivo.
MIDSOMMAR de Ari Aster
Sin duda es positivo que haya directores ambiciosos que dignifiquen el género y que lo saquen de los parámetros habituales. Ahora bien, ¿es Aster el gran autor que pretende ser? Su segunda película confirma tanto las grandes virtudes como los grandes defectos que ya se intuían en la anterior, Hereditary.
Empezando por las primeras, estamos ante un excelente creador de atmósferas con un enorme talento plástico. Nos encontramos con una gran probabilidad, salvo que este otoño esté lleno de sorpresas agradables, ante la mejor o una de las mejores películas del año de cualquier género en cuanto a fotografía y diseño de producción. Midsommar es una obra bellísima de imágenes cuidadas hasta el mimo, que no tienen nada que envidiar al manierismo visual de los maestros del giallo italiano y que además se pueden apreciar mejor por el mencionado ritmo pausado que lleva la película.
En segundo lugar, esta estética no es vacía sino que ayuda a crear un tono muy personal en el relato, el otro gran punto fuerte de Aster. Sus dos películas son dramas personales fuertes, de personajes femeninos vulnerables al borde del colapso emocional, que se enfrentan a un entorno que se va mostrando paulatinamente más y más inquietante. Lejos del susto y de la música enervante, el terror se construye mediante atmósfera y psicología. Solamente chirría, por lo pretencioso y gratuito, un plano en el que la cámara se da la vuelta y se pone cabeza abajo.
Dentro de la secta
Queda ya claro que nos encontramos ante un gran director; otra cosa es el guión, aspecto en el que Hereditary fracasaba estrepitosamente por exceso, y Midsommar también, pero por defecto. Su segunda obra ha corregido el error de la primera, que era el mezclar demasiadas películas en una y cocinar un plato de digestión muy pesada por la acumulación de ingredientes. Pero ahora hemos pasado de un extremo al otro, a un diseño de personajes y una estructura narrativa muy pobres; una historia de sectas que se limita a la descripción lenta y pausada de sus rituales sin apenas arco dramático, interacción entre los protagonistas ni evolución de los mismos. Todo resulta muy previsible y, mientras a Hereditary le sobraban giros, aquí se echa de menos que haya alguno. La falta de reacción de los protagonistas cuando el ambiente empieza a enrarecerse dentro de la comuna que están visitando no está bien explicada, y mucho menos la motivación de cada uno de ellos para actuar como lo hacen.
Aunque su robustez visual suponga un avance respecto a su película anterior y justifique por sí sola el visionado de Midsommar, Ari Aster sigue teniendo limitaciones muy serias como guionista. Si alguien le baja los humos y le convence para que contrate a un profesional que escriba o coescriba sus siguientes películas, puede convertirse en uno de los mejores directores de su generación. Se merece otra oportunidad, pero probablemente solo una más.