Isabel Coixet es una cineasta que no deja indiferente. Ni ella ni su cine. Cuenta con algunos fans acérrimos y muchas gente que no la soporta. Ni a ella ni a su cine. Pero en cualquier caso no se le puede negar a la catalana el mérito de provocar una emoción en el público. Tanto ella como su cine.
Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras son obras notables de una directora que ha demostrado tener talento y una mirada propia.
Y quizás lo peor de Nadie quiere la noche es que deja indiferente, que no tiene una mirada propia. Es una película todavía más fría que los paisajes polares en los que se desarrolla. Cuenta una historia terriblemente dramática con un estilo tan aséptico y distante, que no proporciona material ni a los fans de Coixet ni a sus detractores. La historia de esa mujer de la alta sociedad de Nueva York que se embarca en una terrible expedición por el descarnado polo norte para encontrarse con su marido, un famoso expedicionario, podría haber dado para una suerte de Jeremiah Johnson femenino y a lo Coixet (perspectiva tan atrayente como espeluznante). Pero a mitad de metraje, el film toma un giro inesperado que no desvelaré para no hacer spoiler como dicen los seriéfilos, y se torna en una película plomiza, un dramón en el que además el espectador intuye (y acierta) por donde va a avanzar la trama a cada instante. Todo esto con una fotografía, realización e interpretaciones por parte de las protagonistas Juliette Binoche y Rinko Kikuchi que, aún siendo muy notables, provocan una mezcla de rechazo y de ganas de que la película termine para poder huir de esa desagradable gelídez que inunda cada aspecto de la película.
Es como si Coixet intentase hacer en Nadie quiere la noche un ejercicio de estilo con el que demostrarnos que ella es Coixet porque quiere, pero que perfectamente puede transmutarse en una mezcla de unos Tarkovsky y Malick desnaturalizados.
En Nadie quiere la noche Isabel Coixet pretende no ser para nada Isabel Coixet y eso, que por otra parte es muy “Coixetiano” si lo pensamos, convierte a la película en hora y media que no deja poso, que aburre, que ni siquiera es digna de ser criticada en demasía porque es innegable el excelente trabajo actoral de Binoche y Kikuchi, con mención especial a un Gabriel Byrne que se echa de menos en la hora final para dar un poco de calidez y carisma al conjunto. El filme está bien rodado, Isabel Coixet es una directora de indudable solvencia, pero es tan desangelado que entra directamente en esa categoría de películas que no sabemos si nos han gustado o no, solo tenemos claro que no volveremos a verlas para decantarnos por una opción u otra.
Y eso, en una película de Coixet, no debería haber pasado. Ni siquiera le da el gustazo a los fans de meter algún tema de Antony and the Johnsons para amenizar la velada. Mal Isabel, los que te aman y los que te odian esperaban más.
2 / 5
Pobre alma en pena debe ser aquel que decide volverse crítico de cine. Me imagino la desesperación de ser parte de algo y no tener el talento. Lástima me dan. ¿Por qué no te armas de … y hace una? Estoy seguro de que no duras ni una semana de rodaje.