Crítica de Los juegos del hambre: En llamas

Cuando una película de esta magnitud (ya sea en lo pretencioso de su concepto o en el público concreto a la que va dirigida) llega a las pantallas, es difícil encontrar el punto de vista adecuado desde el que comenzar a juzgarla.

Posiblemente sería demasiado injusto e irreal el quitarnos el muerto de encima y quedar bien con la cinematografía de culto general, encasillándola como un producto más a lo Crepúsculo. Craso error, porque ni la calidad de su propuesta ni la dignidad de su planteamiento son comparables, rindiendo a mucha mayor y mejor escala la saga basada en los libros de Suzanne Collins. ¿Quiere decir esto que Los Juegos del Hambre: en Llamas es una propuesta que convencerá a los más escépticos y recomendable para todos? La respuesta sería en todo caso un rotundo no.

Francis Lawrence (Soy Leyenda) coge la batuta de la franquicia desde aquí hasta la entrega final en 2015, Los Juegos del Hambre: Sinsajo Parte 2. Las mejoras respecto a la primera parte se aprecian con facilidad pero no llegan a ser notorias. El aspecto técnico y visual rinde a la altura de su presupuesto de 130 millones de dólares, de forma impecable e indispensable disfrute en pantalla de cine, aunque esto era algo que ya sabíamos desde un principio.

En Los Juegos del Hambre: en Llamas, una serie de amenazas y engaños por parte del Presidente Snow (Donald Sutherland) llevarán de nuevo a Katniss (Lawrence) y Peeta (Josh Hutcherson) a la arena de los 75º Juegos del Hambre, pero esta vez luchando contra un grupo de antiguos ganadores. Aunque por encima de todo lo que se prepara es una revolución que cambiará Panem para siempre.

Con un buen trabajo de actores, sobresaliendo como también nos podíamos imaginar, una Jennifer Lawrence que se lo toma muy en serio y que es un auténtico lujo para esta saga, los problemas más notorios los encontramos en el desarrollo y ritmo de su narrativa. Visto desde el lado bueno siempre es superlativo, pero hay demasiado menos y falta demasiado más.

Las dos horas y cuarto de su metraje se nos hacen excesivas y en muchos momentos demasiado pesadas. Y no porque esta duración sea de por si desmedida, pero realmente se cuenta tan poco aquí que a veces el relleno es tan palpable que parece que estamos frente al pavo de la cena de Navidad. La franja que recorre el inicio de la película hasta que comienzan los Juegos supera la hora, con lo que la acción dura un suspiro y ahí radica la espectacularidad de su base cuanto menos visual.

Además volvemos a la lacra de películas sin final y no hay nada más molesto que pagar una entrada de cine y que aunque todos sepamos que estamos ante un producto de entregas anuales , no sepan (o no quieran) cerrar el metraje de una forma más sutil.

La franquicia de Los Juegos del Hambre en versión cinematográfica nunca llegará a lo que fue Battle Royale, ya sea por la crudeza, el desparpajo o atrevimiento de esta última, pero tampoco hubiera sido inteligente limitar la cantidad de público potencial que puede disfrutar de una propuesta como ésta.

Pese a todo gana algunos enteros de interés respecto a Los Juegos dirigidos por Gary Ross y esperamos que ese punto que le falta para terminar de romper, sorprender y convencer, aparezca en la culminación que nos llegará en los dos próximos años. Si una cosa buena podemos remarcar de Los Juegos del Hambre en Llamas es que tras verla nos hace seguir confiando en ella y suponer que este ritmo superlativo se traducirá en la franquicia en un épico y merecido final. Lo espereramos.