Jacques Audiard, que nos dejó atónitos con Un profeta, poderoso drama criminal violento, juega en De óxido y hueso al melodrama más facilón y se pone el chándal de Iñárritu para contar uno de esos romances imposibles que tanto gustan a cierto sector de crítica y público.
Él es un tío sin futuro y con un mal pasado, que tiene una lesión en la mano de sus tiempos de mal boxeador, divorciado y con un niño de cinco años a su cargo. Ella trabaja como adiestradora de orcas en un parque acuático. Tras conocerse fortuitamente en una discoteca, un accidente terminará por acercarlos aún más.
Ay, los accidentes casuales que por casualidad unen a dos personas casualmente traumatizadas que se conocen de manera casual en una discoteca cuando, casualmente él empieza a trabajar y ella, de pura casualidad, se pelea con un tipejo.
Ese es el juego de la película de Audiard, empalagar con música -muy buena, todo hay que decirlo, aunque a Bon Iver ya le conocíamos de antes- situaciones al límite del ridículo. Situaciones más propias de uno de los pastiches del aburrido Paul Haggis o del sobrevalorado Iñárritu, con quien comparte filosóficas preguntas sin respuesta que redundan aún más unas imágenes llenas de fatalismo casual que empalagan al más curtido por mucha novela que adapte.