Es cierto que las sagas literarias juveniles que luego se adaptan al cine tienen bien segmentado su público objetivo. A pesar de eso, El corredor del laberinto, el año pasado, pudo encontrar la forma de entretener y enlazar (en líneas generales) tanto a fanáticos de este tipo de relatos como a quienes no comulgan ni se identifican demasiado con ellos. Lamentablemente, El corredor del laberinto: Las pruebas (Maze runner: The scorch trials), dirigida por Wes Ball (director que además estuvo a cargo de la primera cinta), deja un sabor amargo que la aleja, en nivel, muy notoriamente de la entrega precedente.
La nueva aventura liderada por Thomas (Dylan O’Brien) nos adentra, ya superado el laberinto, en un sitio en el cual nuestros personajes centrales son acogidos, junto con otros tantos jóvenes, por un grupo de personas a cargo de Janson (Aidan Gillen). Thomas, de espíritu inquieto y perceptivo, comienza a investigar qué es lo que en verdad planean allí. Buscar pistas sobre la organización CRUEL, les puede traer problemas pero también suponer un nuevo desafío.
El plato fuerte de esta secuela radica en la entrada. Lo que primero se sirve en la mesa acaba resultando el atractivo más sabroso de todo el menú. Es en su dinámico arranque donde la historia se hace más llevadera, entretenida e incluso intrigante para el espectador. La acción y el galope frecuente de cada uno de los muchachos, casi siempre alineados en grupo, se logra apreciar sobre todo hasta la mitad de la película. Si en El corredor del laberinto el lema era “correr o morir”, en esta segunda parte se mantiene pero con menos fibra y con una cuota mucho más elevada de previsibilidad. Inclusive más allá de que en determinado momento se intente (y se consiga) sorprender con la aparición de elementos (o más bien seres) para nada esperados, las persecuciones carecen de la tensión propia que al menos supo poseer el film anterior.
Otro de los aspectos que le juega una mala pasada a El corredor del laberinto: Las pruebas es su irregularidad, más aun teniendo en cuenta su extensa e innecesaria duración (130 minutos apróx.). Lo que en principio parecía prometer un espectáculo disfrutable, pierde poderío pasada la hora inicial hasta llegar al desenlace, en un declive irrecuperable, producto de la incapacidad de la narración para lograr plasmar en pantalla cuestiones que no resulten tan triviales.
En cuanto al reparto, es factible que los personajes más convincentes los encontremos en los interpretados por Aidan Gillen y por Giancarlo Esposito (uno por cada bando). Si bien Dylan O’Brien no realiza un mal trabajo, su performance da la sensación de generar mayor empatía con quienes se encuentran dentro del público objetivo que acapara la historia en sí que con el observador que hace su evaluación por fuera de ese target. El resto, simplemente acompaña, lejos de aportar algo realmente positivo desde el plano actoral.
El corredor del laberinto: Las pruebas, parece, a diferencia de sus protagonistas, haberse quedado encerrada en el laberinto de la primera edición, sin ideas estimulantes y sin la suficiente capacidad como para contagiarnos con los eventos que exhibe. Queda esperar al cierre de la saga, aparentemente a estrenar en el 2017, para ver si las cosas cambian y si la historia sale a flote.
2 / 5