¿Qué puede decirse del cine de Quentin Tarantino que no se haya dicho antes? Es uno de los cineastas más reconocidos de la última época gracias a un estilo muy característico y fiel a sus principios, quien haya visto los dos volúmenes de ‘Kill Bill’, ‘Malditos bastardos’ o ‘Jackie Brown’ sabrá las referencias. Tras ‘Django desencadenado’, llega otro western del genio de la violencia. Se trata de ‘Los odiosos ocho’, una propuesta completamente diferente.
Han pasado unos años tras el final de la Guerra de Secesión estadounidense. Una diligencia se dirige rápidamente hacia el pueblo de Red Rock, en Wyoming, donde el cazarrecompensas John Ruth entregará viva a la asesina Daisy Domergue. El carruaje debe apresurarse si no quiere ser engullido por una ventisca que azota la zona. Durante el trayecto se encontrarán con dos desconocidos. Uno es el Mayor Marquis Warren, un antiguo soldado del Norte y que ahora también es un cazarrecompensas; el otro es Chris Mannix, un antiguo forajido sureño que anuncia que se ha convertido en el sheriff de Red Rock. Los cuatro llegan a la Mercería de Minnie, lugar de reposo en el que se encontrarán con otros cuatro desconocidos. En el refugio descubrirán que cada uno no es quien dice ser y que los ocho guardan un secreto.
A diferencia de ‘Django desencadenado’, que era un homenaje al spaghetti western, en ‘Los odiosos ocho’ Tarantino se va del glorioso y majestuoso paisaje de Wyoming, níveo y desangelado, a un pequeño local donde encierra a sus ocho bestias. Y lo hace con la maestría que no sólo le da su talento innato, sino también una experiencia de control del tiempo maravillosa. La carta de presentación de la película, con la banda sonora de un Morricone que se anticipa a la amenaza, es la mejor hecha hasta ahora en un largometraje dirigido por Tarantino. Lo hermoso y a la vez lo cruel de la naturaleza en esos bellos planos de Wyoming marcan una distancia y prepara metafóricamente para una tormenta de nieve peor que la que da la propia Tierra.
Porque en este relato, Tarantino ya no homenajea a nadie más que así mismo ofreciendo una extraña mezcla de thriller, misterio y clásico western. Más que a los clásicos de Sergio Leone, habría que ver como referencia a la gran obra maestra de Agatha Christe, ‘Diez negritos’. Puesto que Tarantino reformula el relato de varios desconocidos aislados del resto de la humanidad y con un crimen por resolver hacia su propio terreno, en el que impregna de ácidos y magníficos diálogos e ideas políticas ciertamente incómodas.
Repitiendo los mismos esquemas que sus anteriores proyectos: La división del relato por capítulos, un McGuffin que esta vez viene convertido en carta, una estupenda femme fatale, los saltos en el tiempo, y unos personajes completamente impredecibles. Aunque más que repetirse, son parte de su sello personal y que convierte lo grotesco, lo banal y lo violento en una épica llena de pirotecnia que fascinará por su aura magnética gracias no sólo al buen manejo de Tarantino como guionista y realizador sino a su afinada elección del reparto. Habituales unos, nuevos otros. Los ocho “negritos” de esta inhóspita obra cumplen magníficamente con el espectáculo de la función. De hecho, los personajes de Samuel L. Jackson, Tim Roth y Kurt Russell dejan unos interesantes diálogos, mención aparte para la infame Jennifer Jason Leigh, configurada como el mejor personaje femenino tarantiniano desde ‘Kill Bill’. No hay ningún protagonista con aire de héroe, provocando que sólo se muestre la peor cara de sus ocho personajes.
Con toda la orquesta bien afinada, ¿qué es lo que lo que puede chirriar? Aunque parezca mentira, su último acto. Pese a haber controlado magistralmente los tiempos y las dosis de violencia durante todo el metraje, a Tarantino se le va de las manos la duración y la resolución de la trama, haciendo que toda la sensación in crescendo que provocaba la cinta no consiga satisfacer óptimamente con su resultado final. Evidentemente, a los fans más acérrimos del aclamado cineasta no les molestará, pero a sus detractores o a todo aquel que no sienta una excesiva idolatría al director, sentirán que ha exagerado demasiado y perdido parte de esa grandiosidad que se espera de un final propio de una producción de Tarantino. Aunque el último capítulo quede deslucido, se está ante la cinta más provocadora, políticamente hablando, del creador de ‘Pulp Fiction’. Una obra entre lo brutal y lo bello, convirtiéndose, cómo no, en una quintaesencia tarantiniana más.
3.5 / 5