En La gran apuesta Brad Pitt, protagonista y productor de la película, y con una carrera en esta última labor que demuestra un indudable olfato para elegir proyectos que recuerda al de otro actor-productor ilustre como Michael Douglas (Oscar como productor de Alguien voló sobre el nido del Cuco), ha vuelto a elegir una novela de Michael Lewis para intentar ganar su segundo Oscar como productor tras el logrado hace un par de años gracias a 12 años de esclavitud. Y no va mal desencaminado a tenor de las cinco nominaciones obtenidas por el filme, incluyendo el de mejor película (aunque este año parece que los Oscar están entre El renacido (The revenant) y Mad Max: Furia en la carretera).
La gran apuesta, un Wall Street 2.0 al que le sobra didactismo y le falta la emoción de Margin Call
Y digo que Pitt ha vuelto a elegir una novela de Michael Lewis porque hace cuatro años ya produjo Moneyball, brillante adaptación del libro del mismo nombre que contaba una historia real ambientada en el mundo del beisbol, la de Billy Beane, manager general de los Oakland Athletics. Moneyball trataba en el fondo sobre la búsqueda de la felicidad, la fidelidad a unos valores, y sobre mantener la coherencia personal por encima del dinero. Y lo hacía además con el gran mérito de no dejar que los árboles no permitiesen ver el bosque, pues a pesar de estar plagada de términos relacionados con el mundo del béisbol ajenos a gran parte de los espectadores (especialmente fuera de USA), lograba que la narración fuese fluida y en todo momento mantenía el foco constante sobre el lado humano de los personajes. Y ese es el mayor pero que se le puede poner a La gran apuesta, su falta de emoción.
La gran apuesta trata sobre la crisis inmobiliaria originada en Estados Unidos en 2007 que desencadenó la crisis económica que se extendió por Europa y cuyas consecuencias acabamos de dejar atrás (dicen).
El subgénero financiero ha dado notables obras en los últimos 25 años, con Wall Street de Oliver Stone como película más destacable hasta la llegada de la magistral Margin Call hace cuatro años. Ambos filmes contaban un tema complejo como es el de los tejemanejes que se cuecen en las bolsas. Las dos películas conseguían salir airosas de la tarea optando por la vía emocional, tanto en una como en otra teníamos la sensación de que no nos habían explicado del todo las interioridades del mercado financiero que exponían, pero en el caso de Wall Street nos atrapaba por ese carismático villano que era Gordon Gecko, y en Margin Call seguíamos con interés el coral retrato de personajes que habían ocasionado o sufrido la quiebra de Lehman Brothers.
La gran apuesta adolece de la que eran gran virtud de Wall Street y Margin Call, para ofrecernos por contra un exhaustivo análisis de los mecanismos que provocaron la crisis de 2007. La película está notablemente filmada (sorprende repasar la filmografía del director Adam McKay, y comprobar que hasta ahora solo había dirigido comedias de consumo rápido como El reportero), pero intenta hacernos participes de lo que nos está contando por la vía didáctica. Hasta el punto de que en varios momentos de la película la narración se interrumpe para que los actores, mirando a cámara, expliquen alguno de los términos que se están manejando en la trama. Este recurso es original y McKay ha sabido manejarlo con gracia, pero no deja de ser la sublimación de la habitual voz en off, la peor versión de la misma, la que explica las cosas directamente porque no sabe sugerirlas mediante la narración. Puede que en el caso que nos ocupa no hubiese más remedio que hacerlo así, y haya que agradecer que al menos se haya introducido este original formato para explicar al espectador lo que no da tiempo a narrar durante el normal desarrollo de la trama, pero provoca cierta fatiga la acumulación de términos con los que el filme nos bombardea.
Hay partes de La gran apuesta, en las que uno tiene la sensación de estar en una clase de universidad en lugar de viendo una película. Casi dan ganas en muchos momentos de sacar un cuaderno y tomar apuntes. No obstante, y a pesar de este inconveniente (que por otra parte puede ser muy subjetivo o indicar cierto deficit de atención en quién escribe estas lineas), estamos ante un filme notable que se sigue con interés. El reparto es brillante en nombres pero lo que es más importante, en su desempeño. Christian Bale construye otro de sus excéntricos personajes que tan buen resultado le dan (esta nuevamente nominado al Oscar). Ryan Gosling sigue interpretando con variantes al fucker en el que se ha especializado en la mayoría de sus películas (salvo en Drive, donde interpretaba a un androide), y el Brad Pitt productor ha reservado un pequeño papel para el Brad Pitt actor.
Steve Carell destaca dentro del enorme reparto de La gran apuesta (The Big Short)
Pero lo mejor de la función es sin duda Steve Carell, que demuestra una vez más su inmenso talento interpretando a Mark Baum, el único personaje con el que de verdad el espectador se puede identificar, ese nihilista broker que intenta hacer las cosas bien. O por lo menos que se sepa que se están haciendo mal. La escena final de Carell, que no desvelaré por respeto a quienes no hayan visto la película, le debiera haber colocado al inolvidable Michael Scott de The Office en la carrera del Oscar por encima del agradecido histrionismo de Bale.
La gran apuesta es, en síntesis, un Wall Street 2.0 al que le sobra didactismo y le falta la emoción de Margin Call. Un relato de la crisis inmobiliaria-financiera que sucedió hace muy pocos años y volverá a suceder. Porque, como escribió Murakami en su novela 1Q84 (en una cita presente en la película): “En el fondo, todos estamos esperando el fin del mundo”.
Tráiler de La gran apuesta