Se esperaba con expectación el próximo largometraje de Icíar Bollaín. Han pasado cinco años desde que se estrenase la correcta ‘Katmandú, un espejo en el cielo’. Ahora llega ‘El olivo’, un regreso que cumple con las expectativas depositadas en el cine de la cineasta madrileña y que fue presentada en el Festival de Málaga.
Alma tiene 20 años y trabaja en la granja familiar. Quiere a su abuelo por encima de todo, pues se trata del hombre que prácticamente le crió y que mejor le entendía. El anciano lleva ya tiempo sin pronunciar palabra alguna, especialmente desde que una empresa se llevó el milenario olivo que perteneció a su familia durante generaciones y que sus hijos malvendieron para poner un restaurante. Los años pasaron, ambos hijos se quedaron sin negocio y en paro y el abuelo ha empezado ya a consumirse. Por ello, Alma ve que es el momento de averiguar dónde ha ido el olivo. Para tal búsqueda contará con la ayuda de su tío Alca y de Rafa, un chico que está enamorado de ella.
Bollaín sigue apostando por un cine de carácter social que también le ha funcionado en títulos como ‘Te doy mis ojos’ o ‘También la lluvia’. En esta ocasión, la realizadora ha apostado por un relato más intimista, cercano y ligero que sus antecesoras. Con la crisis como fondo, la película afina en el sentido de evitar maniqueísmos propios del cine social. De esta forma, esta propuesta se acerca al buen cine social de los Hermanos Dardenne como de títulos europeos recientes como ‘La lección’ o ‘La cabeza alta’. También esa relación entre la naturaleza, la persona y la memoria, en sintonía perfecta recuerda a esas delicadas obras que fueron ‘Amama’ y ‘Loreak’.
Junto con un mensaje que apuesta por no olvidar no sólo la memoria familiar, sino también el recuerdo de la naturaleza se percibe cierta crítica hacia la hipocresía de las grandes compañías sobre los problemas ecológicos que asolan el mundo. Pero, de nuevo, la película lo trata de la manera más respetuosa posible, evidenciando los hechos y dejando en el público la manera de entender los actos de la gente que se une a Alma en la lucha por recuperar el olivo.
Se pueden percibir también ciertos matices políticos, no obstante, esa no es la intención original de la cinta. Una vez más, Bollaín ha contado con Paul Laverty, guionista habitual de Ken Loach y pareja sentimental de la realizadora. Laverty vuelve a traer una historia cercana y alejada de pretensiones ideológicas como ya demostró en los anteriores guiones que escribió para Bollaín (‘Katmandú, un espejo en el cielo’ y ‘También la lluvia’). Se agradece que ‘El olivo’ no guarde ningún tipo de relación con el anterior guión escrito por Laverty, ‘Jimmy’s Hall’.
Y lo que logra que ‘El olivo’ esté un nivel muy superior es la fuerza que trasmite su protagonista. Anna Castillo se revela como una de las actrices de las que habrá que estar pendiente. Ya demostró su habilidad interpretativa siendo Dorita en ‘Amar es para siempre’, en la que su personaje se enfrentó a una serie de desdichas que la intérprete supo captar y transmitir con una poderosa y excepcional fuerza. En este caso, Castillo perfila a una protagonista caótica que improvisa según va recorriendo su camino. Una heroína improvisada y compleja que logra mostrar no sólo a la deriva en la que se encuentra toda una generación sino también la increíble fuerza de voluntad que pueden tener cuando se plantean algo en serio.
Además de la maravillosa actuación de Castillo están unos correctos Pep Ambròs y Javier Gutiérrez. Ambròs debuta en la gran pantalla como el fiel apoyo de Alma, mientras que Gutiérrez dignifica a un personaje que va más allá del mero alivio cómico. Todos estos elementos convierten a ‘El olivo’ en interesante regreso que demuestra que Bollaín sigue estando en plena forma y es, junto con Isabel Coixet y Paula Ortiz, uno de los grandes referentes de realizadoras con sello propio. Una película que transmite buenas vibraciones y un mensaje lleno de optimismo y esperanza, difícilmente reprochable.