Crítica de El niño y la bestia
Crítica de El niño y la bestia
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Mamoru Hosoda es uno de los realizadores de animación más aplaudidos del panorama del anime japonés más allá del celebrado Studio Ghibli. Con una sensibilidad particular, ha demostrado con sus tres anteriores filmes la capacidad de traer mundos completamente distintos en el que lo onírico y lo fantástico se combinan con lo real y mundano. Tras la magnífica ‘Los niños lobo (Wolf Children)’, llega ‘El niño y la bestia, la primera producción japonesa de animación en competir en la Selección Oficial del Festival de San Sebastián.

Ren es un niño de nueve años que acaba de perder a su madre. Sin tener noticias de su padre desde que se divorció de su madre, el chico no quiere vivir con sus nuevos tutores legales, que lo ven como una simple carga. Hastiado, huye de su casa y deambula por las calles de Shibuya. Mientras, en el Reino de las Bestias son muchos los que desean sucederle en el trono al Señor de las Bestias, puesto que el líder del reino desea convertirse en una deidad e ir al paraíso. Con dos pretendiente a la sucesión, el popular y responsable Iôzen y el holgazán Kumatetsu, este último tendrá que reclutar a un discípulo para demostrar que es apto para el trono. Cuando se encuentra con Ren en Shibuya, decide acogerlo, entrenarlo para que sea su discípulo y le otorga un nuevo nombre: Kyûta.

Crítica de El niño y la bestia

Hosoda vuelve a hacer un alarde de imaginación y belleza visual que ya se pudo ver en ‘Summer Wars’. En esta ocasión, el realizador crea dos mundos opuestos y paralelos. El hecho de que el protagonista acceda a un mundo desconocido, espiritual y prohibido en el que deberá dejar atrás su inmadurez y crecer asemejan la obra a la magistral ‘El viaje de Chihiro’ de Hayao Miyazaki.

Sin embargo, Hosoda propone una propuesta más ligera y con menos capas de lectura, cosa que no quiere decir que se esté ante una obra menor sino todo lo contrario. El saber mostrar con fácil habilidad una tierna historia con moraleja demuestra que Hosoda es un buen narrador de relatos fantásticos y que tiene un sello propio en el que se ven cómo la aceptación de lo diferente y de los valores familiares debe evolucionar en la enquistada sociedad japonesa.

Y para ello crea a un padre particular, que acoge a un niño perdido y que, pese a ser un holgazán, logrará sacar lo mejor de sí para criar a su aprendiz. Una figura paterna, capaz de darlo todo y también de aceptar la partida, que se complementa con la mostrada en su anterior película: ‘Los niños lobo (Wolf Children)’.

Crítica de El niño y la bestia

Dividida en dos actos, en el primero se puede observar esa fase de aprendizaje, ese atrevimiento de cruzar lo desconocido. Cierto es que tiene una ejecución natural y que se ha visto en otras propuestas como ‘El verano de Coo’ o ‘El recuerdo de Marnie’. Sin embargo, Hosoda sabe darle su toque con momentos cómicos y unos secundarios que ayudan a aligerar la trama, acompañado de una estética propia del cineasta.

Su segundo acto es una combinación entre aprender a saber qué hacer con lo que la familia (o el mentor) ha enseñado a su protagonista y de cómo debe aprender a caminar solo con auténticas escenas de acción y de alerta máxima. Una contraposición interesante que aumenta la sensación de estar viendo una fábula sobre el aprendizaje que otorga la propia vida. Sin duda, ‘El niño y la bestia’ demuestra que en la industria de animación japonesa hay todavía esperanza gracias a autores como Hosada o Keiichi Hara que crean marca propia más allá de Studio Ghibli y que huyen del fan-service que ha quemado gran parte de la producción de anime. Un relato moderno hecho a la antigua usanza, una maravilla.

Valoración de 'El niño y la bestia'
  • Dirección
  • Animación
  • Guión
  • Música
  • Fotografía

Resumen

Una fábula sobre el camino de la vida convertida en una belleza visual y llena de acción. Mamoru Hosoda confirma tener una mirada propia dentro de la animación japonesa.

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