El paso del tiempo a través de la calma, la belleza de ver cómo las ondas que hay en el agua se mueven. A su vez, un hombre las observa como también se aprecia el discurrir de la vida. Reflexiones profundas en las que Andréi Konchalovski se sumerge en su última película, ‘El cartero de las noches blancas’, que consiguió el León de Plata al Mejor Director en la 71ª edición del Festival de Cine de Venecia.
La comunidad de vecinos que vive alrededor del lago Kenozero ha vivido de la misma manera desde tiempos inmemoriales. Se trata de un pueblo pequeño en el que todos han acabado conociéndose y que ha envejecido notablemente. Unos habitantes que subsisten con lo que poco que producen. La única comunicación con el exterior es el cartero, que sirve de nexo con el presente. Sin embargo, el cartero tendrá que enfrentarse al robo del motor de su lancha, que le hará tener un viaje a la ciudad para encontrar un reemplazo y, de paso, un replanteamiento sobre su existencia.
Andréi Konchalovski es uno de los realizadores rusos con mayor variedad de géneros en su filmografía. Colaborador de Tarkovski al inicio de su carrera, fue a dirigir cintas de acción en Hollywood en los años 80 y 90, quién puede olvidarse de ‘Tango & Cash’, tiempo más tarde volvió a dirigir cine en su país. Detrás de sus trabajos hay títulos variopintos como ‘El círculo del poder’, ‘Vidas distantes’, ‘La casa de los engaños’, la miniserie de ‘La Odisea’ o ese fiasco en taquilla llamado ‘El Cascanueces 3D’.
Con ‘El cartero de las noches blancas’, Konchalovski vuelve a sus orígenes soviéticos, a los de su mentor Tarkovski, para mostrar una obra sobre la decadencia de la sociedad rural rusa. No lo hace de una forma directa, sino de una manera muy sutil. El realizador aprovecha la belleza natural de ese lago en el Ártico ruso para mostrar la realidad de un pueblo. Lo hace mezclando el drama con el documental, puesto que los actores son los propios ciudadanos de la villa que se interpretan a sí mismos. Ese tipo de producción funcionó muy bien en cintas como ‘Mil noches, una boda’ o ‘Cherry Pie’, donde la ficción se entremezcla con la realidad.
Sin embargo, a Konchalovski le cuesta arrancar, de los 100 minutos que dura el filme, la trama realmente se inicia en el minuto 20. Cierto es que se pueden aprovechar los primeros momentos del metraje para presentar a los habitantes del pueblo y sus costumbres. Pero al director se le escapa esos momentos, los alarga excesivamente, provocando que sea más difícil poder entrar en su relato. Pese a durar menos, no logra la excelencia que sí consiguió su compatriota Andréi Zviáguintsev con la magnífica ‘Leviatán’ o el turco Nuri Bilge Ceylan en ‘Sueño de invierno (Winter Sleep)’.
Pese a tardar en llegar a la verdadera trama, una vez se entra en esa búsqueda del protagonista del motor perdido se consigue apreciar un níveo retrato de las jornadas de un pueblo abocado a la extinción. Hecho con esmerado realismo, que su protagonista tenga semejanzas que el de ‘Ladrón de bicicletas’, Konchalovski crea un intenso relato en el que, pese a su tardanza en meterse en materia, logra mostrar fehacientemente la decadencia de una sociedad que, en un pasado, tuvo algo de gloria.
4 / 5