Un año después de que American Pie reventara las taquillas de todo el planeta, Todd Phillips demostró que la fórmula de la comedia de vieja escuela no tenía que agotarse si los ingredientes eran de primera. Cuatro años después, el director superó sus cotas de hilaridad con la que probablemente será su obra maestra hasta el fin de los tiempos: Old School, conocida por aquí como Aquellas juergas universitarias, la película que mejor supo recuperar la esencia de décadas perdidas y clásicos de culto (y sin culto, también clásicos con mayúsculas) como Desmadre a la americana o La revancha de los novatos.
Después llegaría la adaptación de Starsky & Hutch, película que se adelantó en el arte de ridiculizar, para bien, series de televisión llevadas a la gran pantalla que no eran especialmente divertidas en su formato catódico. Después, el ocaso de una comedia sin gracia como Escuela de pringaos, le mantuvo apartado una temporada, hasta que llegó el Resacón de Las Vegas, película con la que tengo una relación particular.
No hay dudas al respecto de lo que significó que una comedia, digamos alocada, fuera la película sorpresa de la temporada (estamos en 2009 y la gente aún era más o menos feliz), y que junto a la segunda parte, recaudaran más de mil millones de dólares a nivel mundial. El problema que tengo con Resacón, sobre todo con el primero, es que me niego a incluirla en la saca de películas que había tras los dos primeros trabajos de su director. The Hangover tenía momentos hilarantes, algo que debería ser obligatorio en toda comedia, pero también es preciso recordar que los momentos más bestias se incluían en sus créditos finales. El resto de la película, no nos engañemos, no se alejaba demasiado de la fórmula de películas para públicos masivos, como la divertida versión de El padre de la novia que Steve Martin protagonizara a principios de los noventa o el megaéxito de Los padres de ella justo una década después. Y está bien saber que, en las comedias, el megaéxito no termina de ser algo bueno. Dos años después del éxito de la primera, Phillips presentaría una secuela que parecía un remake con algo más de sal gruesa que la original, demostrando que mi teoría de cine familar no estaba del todo desencaminada.
R3sacón pone punto y final a una saga que necesitaba acabarse antes de morir de agotamiento, y en ese punto es un acierto que no vuelva a presentar la misma historia que las dos veces anteriores. ¿O sí? Es cierto que no hay boda, pero sí hay viaje, y cuando la manada coge la carretera, las cosas nunca saldrán bien. Otro aspecto positivo es que Todd Phillips haya entendido que los tres calaveras necesitan oxigenarse, y así meter más minutos en pantalla a Ken Jeong, junto a Galifianakis, verdadero protagonista de la función. Ahí entra uno de los negativos que pueden aplicarse a la película, que los personajes de Bradley Cooper o Ed Helms se limiten a decir sus frases y poner carusas, algo de lo que la película se resiente durante todo su metraje: las cosas pasan porque tienen que pasar y así lo han decidido sus guionistas. Y se nota. Se nota como la ausencia de un clímax a la altura de las expectativas creadas durante su metraje, si tenemos en cuenta la primera secuencia de la película y el desenlace final.
A pesar de esa combinación de noticias buenas y noticias malas, R3sacón se disfruta, y mucho. Puede que más si eres fan de las dos anteriores, o si las tienes más o menos recientes, pero consigue dejar un sabor dulce de victoria después de su epílogo, candidato a ser la secuencia más divertida del año, que pone en su sitio unas cosillas que se habían salido del camino unos minutos antes.
Esa secuencia demuestra que, de haber querido, habríamos tenido una tercera entrega cortada por el mismo patrón, y añade un valor extra a este cierre con forma de buddy movie y ecos de la comedia de acción de principios de los noventa, y hace que salgamos con una sonrisa de oreja a oreja. A mí me vale.