Todavía tenemos razones para creer: he aquí una saga animada que no empeora con las entregas y que se esfuerza en mantener intacto el espíritu de la original mientras aumenta la espectacularidad de la aventura.
Madagascar era una simpática apuesta de cine familiar made in Dreamworks que funcionó de maravilla y que además nos presentó a los pingüinos más graciosos del mundo animado (perdóname, George Miller) y dio paso a una secuela más grande y divertida. Con esos antecedentes era difícil era volver a lograrlo -¿verdad, Ice Age?-, pero los responsables de la saga han tenido el valor de fichar a Noah Baumbach, habitual mano derecha en los mayores aciertos de Wes Anderson y guionista de Fantástico Sr. Fox, para revitalizar la franquicia y ofrecer la aventura más trepidante de estos locos animales en continua fuga.
Con una elipsis inicial que se salta a la torera el viaje hacia la civilización en favor de una prodigiosa secuencia de acción interminable por las calles de Mónaco, da comienzo Madagascar 3, que no sólo vive de la persecución constante: los personajes recalarán en el tren del Circo Zaragoza (!), y allí tratarán de hacerse pasar por animales de circo mientras la malvada capitana Chantel DuBois los persigue por el mundo.
Las tres dimensiones potencian la película, sobre todo en la parte circense del final y las risas no desaparecen de la sala ni un minuto. Chúpate esa, Circo del Sol.