Cuando Sylvester Stallone aterrizó con John Rambo (AKA Rambo IV), en 2008, se encargó de poner al cine de acción ultraviolento donde se merecía. Como el propio Stallone declaró en la rueda de prensa, los disparos no dejan agujeritos en el cuerpo: te revientan.
Dos años después, reunió a un puñado de animales del género en una descompensada oda a los ochenta que, paradójicamente, no aguantó el pulso con El Equipo A, la fabulosa reconstrucción a cargo de Joe Carnahan.
Sin nada que echar en cara, Sly vuelve dos años después con la continuación de Los Mercenarios, arrancando el corsé de cuajo y ofreciendo hora y media de explosiones, disparos que revientan al enemigo y colegueo.
Con la ausencia de Rourke y un nuevo director -el competente Simon West, director de Con Air, otro homenaje- pero con nuevos fichajes, la película se desentiende de cualquier subtrama romántica y no pierde el tiempo a la hora de pasar a la acción desde la primera secuencia: un clímax iniciático trepidante que te dejará el culo pegado al asiento esperando ansioso la siguiente explosión.
Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis, con algo más de chicha en sus papeles, Chuck Norris aportando -más- humor y con un nuevo villano -que mola mucho más que el de la primera parte-, interpretado por el gran Jean-Claude Van Damme, tipo duro y carismático al que echábamos mucho de menos por aquí, completan el reparto abrumador de la secuela.
Autoparódica hasta la médula y emocionante como lo era Rocky IV -por poner un ejemplo de la “emoción” que se apoderaba de nosotros, humildes espectadores libres de prejuicios entonces-, Los Mercenarios 2 es un regalo para los fans de las action movies que nos enloquecieron en los cines hace veinte años y que nos salvaron tantos fines de semana cuando las películas se rebobinaban.