Tengo que reconocer que los trabajos de Andrew Stanton para Pixar no me impactaron tanto como los de su colega Brad Bird, y ahora que los dos se han pasado a trabajar con actores de carne y hueso vuelve a pasarme lo mismo. Si hace unos meses Bird, firmante de Los increíbles y Ratatouille –sin contar El gigante de hierro– debutaba con éxito con la cuarta entrega de Misión Imposible, ahora llega el turno de su colega Stanton, director de Wall.E, Buscando a Nemo o Bichos, que se mete de cabeza en la space opera de Edgar Rice Burroughs adaptando Una princesa de Marte, primero de los once libros que forman la saga marciana.
Y lo hace sin ningún complejo, como si Dino De Laurentiis se hubiese levantado de su tumba y puesto sobre la mesa los cerca de trescientos millones de dólares que ha costado filmar esta epopeya que narra el viaje -astral- que un condecorado soldado de la Guerra Civil norteamericana emprende de manera involuntaria al planeta rojo. Toda la parte terrenal de la película funciona de manera ejemplar, con momentos de gran poderío, como el montaje paralelo entre una batalla y un trágico acontecimiento del pasado de Carter, o todo el epílogo y lo que concierne al personaje de Burroughs, que nos lleva de regreso a los tiempos de El secreto de la pirámide, cuando las pelis molaban más.
Durante el primer tercio de metraje hay cabida para el sentido del humor -los intentos de fuga en la Tierra, los bebés marcianos-, aunque luego se va disipando hasta llegar al chiste fácil -Virginia- hasta desaparecer. Tampoco ayuda el casting: los dos papeles principales recaen en actores sin alma ni carisma y ella, más que una princesa de Marte, parece una princesa de barrio. Y Mark Strong otra vez haciendo lo mismo. Sus más de dos horas también se dejan notar y las caídas de ritmo, sobre todo en el ecuador de la película, se van haciendo notar hasta casi llegar al estupor, para luego revivir, más o menos, gracias a su simpático epílogo que de manera lógica deja abierta la puerta a la posibilidad de crear una saga con futuro.
Veremos cómo le sale la jugada a Stanton, pero los más de trescientos millones de dólares, entre rodaje y campaña, son una inversión que será muy complicado recuperar.
Aunque su película sea mejor que Avatar