Si había alguien que no esperaba nada de Tim Burton -ver crítica de Sombras Tenebrosas-, era yo. Por eso me alegra tanto la llegada de un proyecto tan personal y efectivo, curiosamente, la prolongación de uno de sus primeros cortometrajes, de mismo título, rodado en 1984, un año antes de debutar con La gran aventura de Pee-wee.
Ayudado por John August, colaborador habitual desde los -malos- tiempos de Big Fish y basándose en la misma idea original de Leonard Ripps, Frankenweenie supone un momento de respiro en su filmografía, últimamente tan millonaria como aburrida.
Durante sus fugaces ochenta y siete minutos asistimos a un constante goteo de las influencias que hicieron de Tim Burton, durante más de una década, uno de los directores más personales y especiales de Hollywood. El glorioso blanco y negro y la belleza que proporciona el stop motion culminan en unas -justificadas- tres dimensiones, presentes desde el primer minuto de película.
Frankenweenie, además, nos devuelve, más o menos, a Vincent Price, figura mítica del género y que ya colaboró con Burton en Eduardo Manostijeras, en la forma de un personaje secundario brillantemente doblado por Martin Landau, que se encargó, a su vez, de interpretar a Bela Lugosi en Ed Wood.
Burton consigue un pequeño clásico emocionante y conmovedor -ver las secuencias de muerte y resurrección- que, además, tiene un tramo final tan espectacular como inesperado, no va a ser todo monstruos de la Universal y de la Hammer. Un gran tanto a favor de un director que nos tenía acostumbrados al tedio y que, esperemos, marque un punto y aparte en su carrera. Y que no se nos olvide Danny Elfman, otro al que le ha sentado muy bien volver a sus orígenes. Señoras, señores, ¿ha vuelto Tim Burton o será un espejismo?