Se acercan las navidades y el cine de animación muestra sus cartas. El origen de los guardianes, debut del veterano Peter Ramsey, encargado del departamento de arte y storyboard en películas de toda clase desde finales de los ochenta, es un descompensado y espectacular ejemplo del mal que azota el último cine animado proveniente de Hollywood, más preocupado en ofrecer portentosas imágenes, a poder ser, tridimensionales, que de contar una historia con principio, nudo y desenlace.
La película, con un diseño bastante hortera en general y muy feo por momentos -esa cueva de Pascua que parece un remedo de las burtonianas Charlie y Alicia-, cuenta la lucha que un escuadrón de la ilusión infantil mantiene para alejar al coco de las vidas de los niños, pero se pierde desde que empiezan a aparecer los futuros compañeros de Jack Frost, principal protagonista del relato. Santa Claus, el hada de los dientes, el conejito de Pascua y el mago de los sueños poco aportan a una trama tan simplona. La sobrecarga de frenesí, personajes y batallas para rellenar un metraje que se hace largo, pasa factura cuando los personajes se enfrentan al villano por enésima vez. Porque el malo siempre pasa por ahí. Y el malo, su diseño blanquinegro y su ejército de corceles del infierno son lo más potente de la función, lástima que no lleguemos a conocerlo bien.
A pesar de sus defectos, hay suficientes momentos de alegría -un poco harrypottera, todo hay que decirlo- y magia, sobre todo a través del único niño que ve a estos Avengers del sueño de los pequeños, que lejos de aportarle originalidad, al menos logra emocionar, aunque sea un poco, a un espectador saturado de confusión.
Para llevar a los pequeños a disfrutar de esa magia que en este caso solo ellos serán capaces de apreciar mientras esperamos el desenlace de una épica -y repetitiva- batalla por su ilusión.