La década de los setenta fue muy importante para el género de terror. Lo que ya se veía venir con La semilla del diablo de Roman Polanski, se confirmó con una serie de títulos mucho más bestias perpetrados por Wes Craven o Tobe Hooper, que abrieron las puertas al cine de terror bruto que conocemos y aplaudimos a día de hoy.
Pero no sólo en el cine. Richard Matheson y Dan Curtis (por poner un ejemplo) disfrutaron como niños metiendo en escabrosos asuntos paranormales al bueno de Carl Kolchak, periodista de lo extraño y una especie de elegante Íker Jiménez que, además de investigar, combatía el mal.
El caso es que la precuela/spin-off de la excelente The Conjuring juega unas cartas de estilo muy similares a ese tipo de película episódica tan de su época.
En aquella, James Wan creó una vertiginosa montaña rusa de horror, dando unas pinceladas de modernidad a una historia ambientada cuatro décadas atrás. The Conjuring arrancaba con una secuencia de presentación donde los Warren investigaban el extraño caso de la muñeca Annabelle, que será la gran protagonista de la película que nos ocupa.
O no.
Y pongo en duda que la feísima muñeca sea la verdadera protagonista de la película dirigida por el veterano John R. Leonetti, director de fotografía en películas tan emblemáticas como La Máscara o Cero en conducta y habitual de James Wan (y conocedor de los mecanismos del horror de juguete, Muñeco Diabólico 3 figura en su filmografía), porque el verdadero protagonista de Annabelle son las aterradoras apariciones que pululan alrededor de una muñeca maldita.
La efervescencia de los cultos satánicos, Charles Manson, las nuevas drogas y el fin de una época de paz, ponen el punto de partida de una historia tradicional de fantasmas. Tradicional, pequeña, de apenas seis millones de presupuesto (casi la cuarta parte que la película de Wan) pero muy efectiva en su modestia. Antes hablábamos de Polanski, y además de las referencias a su mítica pesadilla en el Dakota, también se recuerda en Annabelle el trágico asunto de su esposa.
El haber vendido la película como la continuación de una película “grande” puede que sea su mayor error, porque no cabe duda de que en Annabelle los sustos funcionan y no son tan gratuitos como en la mayoría de jueguetes del género, y la ambientación de la época es muy efectiva, probablemente gracias a la austeridad de medios de la que dispone.
A pesar de esa austeridad, de unos actores que en algunos casos no terminan de pillar el punto y de un final carente de garra y al que casi no podríamos tildar de clímax (un anticlímax en una película de sustos nunca es una buena solución) no impiden que podamos disfrutar de una pequeña muestra de género televisivo setentero igual que las que alquiábamos en nuestros videoclubs del barrio por veinte duros, además del encanto que supone estar inspirado en hechos reales
Lo mejor: que parece un episodio de Twilight Zone.
Lo peor: que parece un episodio flojito de Twilight Zone.
3 / 5