Carol se presentaba antes de las nominaciones como una de las previsibles favoritas a los Óscar de este año. Sin embargo, entre sus seis nominaciones no ha conseguido las de mejor película ni mejor director. La ausencia de Todd Haynes me parece una injusticia, la de Carol como mejor película, no. Antes de explicar por qué no me ha sorprendido como a muchos compañeros de la crítica la ausencia de Carol en esa categoría, permítanme un inciso.
Muchas veces el peor enemigo a la hora de entrar a ver una película son las expectativas —me gusta seguir empleando “entrar” porque remite a la sala de cine, aunque hoy en día mucha gente entre en las películas desde la televisión de su casa, o lo que es peor, desde su tablet o smartphone—. Más de una vez, esas expectativas me han jugado una mala pasada y han conseguido arruinarme lo que yo intuía sería una proyección memorable. Cuando esto sucede, la mayoría de las veces me limito simplemente a seguir adelante con mi vida y asumir que el mundo y yo no habíamos coincidido en nuestra valoración del filme en cuestión. Siendo sincero, tengo en muy alta estima mi criterio y en realidad en esos momentos pienso que es el mundo el que está equivocado. Otras, las menos, me he quedo con la mosca detrás de la oreja y le he doy una segunda oportunidad meses después en casa, cuando la presión, el hype que diría un moderno, se ha disipado.
He de decir que casi siempre que he concedido este “derecho de apelación”, la película en cuestión ha salido ganando, con Magnolia como paradigma personal de todo esto que estoy intentando explicar —la odié en el cine, la he amado innumerables veces en casa—.
Me he sentido en la necesidad de soltar todo este rollo que suena más a pliego de descargo que a otra cosa, porque en el caso de Carol me encuentro bastante solo en mi indiferencia ante ella. Sé que cuenta una historia hermosa e importante como es la relación de amor entre dos mujeres de clases y edades diferentes en el Nueva York de los años 50, pero no me llega.
Veo a Cate Blanchett y sé que debería epatarme y emocionarme. Pero no lo hace. Lo mismo me sucede con Rooney Mara. Su inexpresividad, más que hacerme pensar en el drama interno que su personaje debe estar experimentando, me remite a otra mítica interpretación robótica muy apreciada por gran parte de crítica y público: la de Ryan Gosling en Drive.
Y a pesar de todo, hay algo que me reconcome por dentro y que me hará darle una segunda oportunidad a Carol. Tal vez tenga que ver con que intuyo que hay mucho más poso en la película del que yo he conseguido sacarle en este primer visionado. A la hora de enfrentarse a una expresión artística, puede influir el estado de ánimo del receptor, y en el caso de un pase de prensa más aún…
Lo que sí he sabido apreciar de primeras es la elegancia de la puesta en escena y sobre todo el virtuosismo de Todd Haynes tras la cámara. El director de la excelente miniserie Mildred Pierce sabe dónde colocar en cada momento la cámara y maneja con maestría los encuadres y el punto de vista. Solo por eso es un disfrute y merece la pena ver Carol. Y por la bellísima partitura de Cartel Burwell, compositor habitual de los Coen que consigue aquí su primera nominación a los Óscar por un trabajo que recuerda por momentos a Philip Glass.
Carol es un melodrama que merece ser visto. Si además tú, lector, consigues extraer de ella todo lo que yo no he podido hacer, te doy mi enhorabuena. Yo tendré que aplicar aquello que nos enseñaron los envoltorios de los chicles de 5 pesetas a los nacidos en los 80: “sigue rascando”.
3 / 5