¿Cómo? ¿Una película distribuida por un gran estudio, con actores desconocidos y gente novel y muy joven a los mandos? ¿Cómo? ¿Qué va de superhéroes? ¿Qué? ¿Qué es la mejor del (sub)género desde El Protegido?
Durante los últimos años la repercusión de pelicuas como Jumper, Push o Cloverfield ha demostrado que una nueva ciencia ficción es posible y que el público continúa esperándola. Esos tres largometrajes –sin contar la acertada Super o la desafortunada Kick-Ass- solo eran los pasos que había que dar hasta llegar a una obra tan redonda como Chronicle. Lo que diferencia a ésta del resto es su búsqueda de la fibra del espectador desde el primer minuto.
En poco menos de hora y media, Trank y Landis cristalizan la esencia del lado oscuro con un directo al mentón, algo que a George Lucas le costó media docena de películas de dos horas y pico –guiños a Star Wars incluidos- y lo que empieza siendo celebración juvenil por el don recibido se transformará pronto en peligro cuando las acciones equivocadas provoquen reacciones caóticas.
Uno de los aspectos más interesantes del film – además de “reinventar” un punto de vista tan trillado y que corre peligro de morir en cualquier momento- es su habilidad para mostrar la escasa diferencia que existe entre el bien y el mal y como los personajes realizan triples tirabuzones por el abismo que los separa, como el padre de Andrew, ahora ogro violento que amanece borracho día tras día y que no hace demasiado tiempo era un bombero -¿existe algo más heróico que un bombero?- Los protagonistas también experimentarán una serie de circunstancias que les harán caer de un lado u otro de la balanza, con una puesta en escena rabiosa y un tramo final youtubero difícil de olvidar muy acorde con los tiempos que corren.
Lo mejor de Chronicle es que además de ser una pequeña película sobre el drama de la marginación, los malos tratos y la pérdida de los seres queridos, es también una historia sobre gente que juega al fútbol entre las nubes del cielo y lanza autobuses con la mente.