Después de Nebraska, es tiempo para otra road movie con personajes de la tercera edad.
Lo mejor de Philomena es que, tratándose de un tema tan escabroso y propenso al melodrama de lágrima fácil y tono televisivo, la sonrisa no abandona al espectador en ningún momento.
Philomena, espléndida Judi Dench, decide enrolarse junto al cínico Martin Sixmith (Steve Coogan), un periodista son sus propios problemas, en la búsqueda del hijo que le fue arrebatado cincuenta años atrás.
Semejante material, basado en una historia real escrita por el mismo Sixmisth, podría haber caído en las manos equivocadas y provocar un festín de golpes bajos, dolor, miseria y secreciones mucoso-lacrimales de primera, pero afortunadamente, no es el caso. Coogan y Jeff Pope adaptan la historia a la gran pantalla con el suficiente sentido del humor como para que su visionado no se convierta en una misión imposible . Réplicas rápidas, mucho cinismo y algún que otro (necesario) golpe duro hacen de Philomena un motivo de celebración, sobre todo si tenemos en cuenta que nos devuelve al Stephen Frears en forma que tanto nos gustaba en los años de Café Irlandés, La Camioneta o Alta Fidelidad. Curiosamente, todas esas películas eran comedias, cosa que Philomena solo es en parte, pero que tiene más en común con ese grupo que con sus cintas más dramáticas .
Al principio de la crítica hablaba de Nebraska, pero hay una cosa en la que Philomena lleva ventaja respecto a la poderosa película de Payne: Alexandre Desplat. Si en la odisea blanquinegra de Bruce Dern se abusaba de una banda sonora tirando a vulgar y demasiado presente en en metraje, aquí, en cambio, el francés adorna con suavidad los momentos donde realmente la película necesita de su labor, destacando el video del final, donde su música deja de sonar para que pueda hacerlo un piano grabado en un video muy especial.
Detalles de una puesta en escena sencilla para un guión ejemplar, magníficamente interpretado y narrado con sencillez. Parece fácil, pero no lo es en absoluto.