1981 fue el año de los hombres lobo de Dante y Landis, de las secuelas de Halloween y Viernes 13 y de En busca del arca perdida. Lo demás poco importaba con esos títulos, ¿verdad?
Como nadie había hecho caso a la primera peli de Miller en Estados Unidos, Max se merecía un aterrizaje por todo lo alto en la meca del cine, así decidieron añadir una introducción que resumía la primera entrega, metieron a un niño salvaje (algo que parece obligatorio en todas las secuelas de la historia del cine comercial) y, lo más importante, estrenaron la película bajo el título de El guerrero de la carretera, porque si nadie se había interesado por Mad Max, por qué iban a hacerlo por Mad Max 2
Con más vehículos, más basura y más villanos, Max se enfrentaba a un grupo de salvajes postapocalípticos en una guerra por la gasolina restante en el páramo.
Mel Gibson se alimenta de comida para perros, una de sus especialidades, y la película se adentra en terrenos algo menos interesantes y bastante aproximados a la explotación que surgiría después de esta secuela. El carisma de Gibson y el buen hacer tras las cámaras de Miller, sobre todo en su tercer acto, con una persecución de casi quince minutos, recompensan al espectador y allanan el terreno de cara a una tercera entrega más hija de su época que ninguna.
El guerrero de la carretera dejó de ser un lobo solitario para liderar a una manada de desgraciados y la fuerza violenta y aterradora de Mad Max empezaba a disiparse.
Última actualización: 12/05/2015