Nosotros porque ya sabemos que va a terminar mal, pero esta temporada de Cómo defender a un asesino empieza a torcerse y retorcerse como ninguna antes. Porque en temporadas anteriores no iban nuestros personajes tan decididos al desastre como en ésta, básicamente. El recap del capítulo anterior aquí. ¡Alerta spoiler!
Annalise Keating
Después de lo de la semana pasada, en la que la exmujer de Isaac se presentaba a Keating, la abogada ha decidido dar un cambio importante a su terapia. Jacqueline le vino a contar a Annalise que su caso tocaba muy de cerca a Isaac, lo que puede terminar por mandarle a él de vuelta a sus propias adicciones. Es curioso que crea precisamente lo mismo Isaac de ella, cuando le comunica que cambia de terapeuta. Las referencias cruzadas a Sam, su pasado y su presente quedan de lado, aquí lo importante es que Annalise se mantenga lejos de cualquier bebida con grados de por medio.
Y se lo ponen difícil, porque el fiscal general del Estado, que es el que está ahora en su contra, hace lo posible para que la jueza no admita a trámite la demanda colectiva que Keating lleva entre manos. Incluso tenemos una botella de whisky en su coche y a alguien tomando fotos para intentar hacer ver que sigue bebiendo cuando, como apunta Bonnie, todos sabemos que ella es más de vodka (más tarde una botella aparece también en su nueva casa).
¿Qué se le ocurre a Annalise para deshacerse de las sospechas de la jueza y ganar este primer asalto contra el Fiscal General? Pues aliarse con su enemigo natural, Denver, al que le viene muy bien que este señor salga mal parado porque le da puntos a su candidatura a ese puesto. En esta serie siempre alguien tiene que salir escaldado para que triunfe la justicia, en esta ocasión sería la mujer que termina en el estrado admitiendo que colocó la botella e hizo las fotos a Keating porque iba a ayudar a criminales condenados. Pobre.
Sin embargo, Bonnie ataca de nuevo chivándole al Fiscal que puede que el punto débil de Annalise venga de la mano de Isaac, al que cita a declarar. Y el terapeuta, que no siente ningún rencor con la abogada, decide mentir en juicio, pues cree que perder aquello sí que haría recaer a Keating. La jueza, un poco harta de que aquello se centre en la abogada, da el visto bueno a la demanda colectiva. Primer asalto para Annalise.
Pero claro, ella quiere una explicación. Isaac mintió por ella y quiere saber por qué. Él quiere saber por qué ya no es su terapeuta. Ella dice que le viene muy cerca a su propia vida, y él pregunta que quién le ha dicho eso. El caso es que entre uno y la otra salen dos nombres al aire: Bonnie y Jacqueline. Ninguno quería decir el suyo, y los dos terminan soltándolo. ¿Cómo sentará a Keating que Winterbottom la siga tan de cerca? ¿Y si llegase a saber que lo hace todo por fastidiar su vida? ¿Cómo reaccionará Isaac a las intromisiones de su exmujer?
Un plan genial
Los protagonistas de esta entrega, sin embargo, son el amor y el desengaño, a partes iguales. Por un lado, Oliver y Connor. Se sientes aburridos y les parece bien: ninguno tiene pinta de acabar mal, uno trasteando ordenadores y el otro de mano derecha de Annalise, pero haciendo cosas por el bien del mundo. Walsh está especialmente contento, lo que le sitúa muy cerca de nuestro podio de quién será el cadáver con el que terminemos temporada. O antes.
Por otro lado, tenemos a Michaela y Asher, que está tan enfadado de que le tengan engañado que obvia las oportunas reacciones de Laurel y su novia acerca de eso de regalar muñecos espía. A él el plan de Laurel le parece una locura (y a nosotros un poco también), así que mete a Frank en el ajo, intentando que alguien un poco más adulto ponga algo de cordura. No funciona, pues Laurel se lo camela y entra también en el juego. Además de aceptar el hacerse una prueba de paternidad, por cierto.
A todo esto Tegan, la jefa de Michaela, le manda organizar una fiesta con motivo de la salida a bolsa de Antares. Y parece que este día pasará todo. También parece que el plan final de la panda, al que termina sumándose Asher en recuerdo y memoria de Wes, girará en torno a Simon: Oliver tienen sus claves de seguridad y pueden hacer ver que es el que robe la acreditación que necesitan para apoderarse y filtrar las maldades del padre de Laurel. Oliver pasa por alto la nueva información que tenemos sobre Simon de que puede ser deportado y todo. Pero, como hemos apuntado antes, siempre alguien tiene que salir escaldado. Pobre.
Ambas parejas, sin embargo, terminan de distinta manera este episodio. Asher y Michaela, por ejemplo, tienen la bronca del siglo: él se siente su segunda opción, ella incluso tiene aún guardado su vestido de boda frustrada en el armario (que es entendible pues lo firma Vera Wang y vale una fortuna). Como prueba de amor lo rocía en ketchup al final del capítulo, y Asher parece feliz y contento con ello.
Connor y Oliver, en cambio, quedan un poco en el aire después de que el primero montase una pedida de matrimonio un tanto cutre con una tienda de campaña improvisada en el salón y un anillo hecho con los cierra-fácil del pan de molde. Ante la sinceridad y buenrollismo y felicidad de su novio, Oliver dice que lo siente, pero que le ha mentido. Y empieza a contarle todo lo que sabe sobre el padre de Laurel y Wes, y suponemos que el plan “genial” que tienen contra él. La reacción de Connor no la vemos, pero dudo que sea buena. Su relación con Wes no era especialmente amistosa, aunque al final intentó salvarle.
48 horas después de este día es cuando pasa todo lo que tiene que pasar. Y, por el momento, solo nos muestran otro nuevo pedazo de drama en forma de alguien en una sala de operaciones que entra en parada cardíaca. A todas luces diríamos que se trata de Connor, pues aún no le hemos visto en pantalla en ningún flash-forward, pero sí vemos a Oliver muy calmado como para que sea su novio en que termina ensangrentado. ¿Algún vaticinio al respecto?
Última actualización: 16/05/2020