Laurent Cantet, el director de La clase, insiste en el cine social con una película sobre la prevención de la radicalización en una juventud con perspectivas profesionales y de vida no muy halagüeñas. De lo más destacable ahora mismo en la cartelera.
El taller de escritura (L’atelier) de Laurent Cantet
Olivia (Marina Foïs), una escritora parisina de novela negra, se traslada a La Ciotat, una pequeña ciudad del Mediterráneo francés, para impartir un taller de escritura a un grupo de jóvenes con orígenes y problemas diversos que deben elaborar una novela de manera colectiva. Uno de los chicos del grupo plantea conflictos y actúa como troll desde el primer momento.
Hace 10 años Laurent Cantet triunfaba en el festival de Cannes con La clase, una película de apariencia documental sobre un profesor y un grupo de alumnos adolescentes difíciles, consolidándose así como uno de los nombres más relevantes del cine social francófono, con permiso naturalmente de los hermanos Dardenne, una posición que, por otra parte, se intuía ya desde su opera prima, Recursos humanos, de 1999.
Aulas turbulentas
Es lógico que La clase sea el referente a la hora de promocionar este nuevo trabajo de Cantet, puesto que de nuevo nos encontramos ante las dificultades de un docente, aunque en ahora se trate de una escritora que desempeña ese trabajo de forma puntual, con un conjunto de jóvenes de diferentes orígenes raciales y sociales. Podría parecer que el director se repite pero no es así; El taller de escritura, aunque tenga un contenido sociopolítico importante, es un título sin vocación documental ni pseudodocumental a medio camino entre el cine social y el thriller. Se encuentra por lo tanto muy en la línea de otro estreno reciente y destacado del cine francés, Custodia compartida, de Xavier Legrand, con el que está coincidiendo en la cartelera de nuestro país. La diferencia es que, mientras el film de Legrand se presenta en su comienzo como cine social y a medida que avanza va entrando cada vez más en el terreno del cine de género, El taller de escritura mantiene en todo momento, se puede decir que con brillantez, un complejo equilibrio entre ambos mundos sin decantarse hacia uno ni hacia otro. Es el aspecto más destacado de la película y lo que puede ser su mayor virtud o su principal defecto, según se mire.
De hecho, quien espere que la narración le vaya conduciendo a la aclaración del enigma que va planteando la historia, si el alumno problemático del taller es un militante violento y peligroso vinculado a grupos ultras y xenófobos o solo un joven inadaptado sin habilidades sociales, puede decepcionarse en el caso de que espere una resolución convencional que sería propia de un cine comercial, y que sí encontramos en Custodia compartida, al ver que al espectador no se le aporta una respuesta clara a esta pregunta y sin embargo sí se le abren otras relativas a la profesora: a su auténtica motivación por el curso, a su actitud paternalista de intelectual parisina progresista que pretende ayudar a chicos de provincias de clase obrera sin colocarse en un plano de igual a igual con ellos, y a si su interés por los jóvenes es altruista o si pretende utilizarlos como personajes para sus novelas, especialmente en el caso del muchacho más problemático, por el que desarrolla una fijación que podría tener un componente de atracción sexual. Probablemente sea lo interesado de la actitud de la escritora, que el joven, que es muy inteligente, capta desde el primer momento, lo que le impide llegar a una comunicación real con el mismo que despeje las incógnitas.
El taller de escritura alcanza el nivel de los trabajos anteriores de su director ofreciendo una reflexión sobre la dificultad de entendimiento entre generaciones, la falta de oportunidades para los jóvenes, el peligro del radicalismo y también el de la paranoia sobre este, trufada de elementos de cine de intriga muy bien aportados. Sin duda es uno de los títulos más recomendables de la cartelera.