Uno de los dichos recurrentes del mundo del cine es aquel que reza que segundas partes nunca fueron buenas. Y aunque es cierto en parte, como todas las frases hechas, no se adapta del todo a la realidad. El Padrino II, Terminator 2, El Imperio Contraataca o El caballero Oscuro, son solo algunos ejemplos de películas que, como mínimo, alcanzaron el nivel del original. En el caso que nos ocupa, Roland Emmerich partía con una desventaja desde el inicio, pero también varios ases en la manga a su favor.
El principal escollo para convencer a las masas de meterse a ver de nuevo, veinte años después de Independence Day, cómo Emmerich destruía Estados Unidos —de todos es sabido que los extraterrestres siempre desembarcan primero en EEUU— era la negativa de Will Smith a repetir el papel que le abrió las puertas del cine tras hacerse mundialmente famoso con la serie El principe de Bel Air. Oficialmente, Smith adujo problemas de agenda para compatibilizar el rodaje de Independence Day: Contraataque con los de Concussion y Escuadrón Suicida. Pero lo más problable es que el actor no viera claro meterse en otra secuela de uno de sus éxitos de los noventa tras el fracaso, hace un par de años, de Men in Black 3.
En cuanto a los puntos a favor con los que contaba Emmerich para lograr triunfar con esta secuela, podemos citar varios. Independence Day fue uno de los mayores éxitos de mediados de los 90. A pesar de no contar con el favor de la crítica —ya se sabe cómo somos los críticos— la cinta logró amasar 817 millones de dólares de los de 1996, que, si ajustásemos la inflación, la colocarían como una de las diez películas más taquilleras de la historia. Además, el público ya demostró el año pasado, con los casos de Star Wars: El despertar de la Fuerza y Jurassic World, estar más que dispuesto a recuperar viejas franquicias si la dicha es buena.
Por tanto, la pregunta en el caso de Independence Day: Contraataque era clara: ¿conseguirían Roland Emmerich y Dean Devlin, creadores de la primera parte, una película capaz de atraer a nuevas generaciones y al público que ya disfrutó hace veinte años?. La respuesta es, por desgracia, no.
Independence Day: Contraataque intenta desde el principio retomar los puntos fuertes de la primera parte, que destacaba por su progresiva tensión ante la invasión alienígena, al tiempo que no se tomaba muy en serio a sí misma. Emmerich ha intentado paliar la ausencia de Smith recuperando a gran parte del reparto de la primera parte. Desde secundarios como Judd Hirsch o Brent Spinner —eterno Data en Star Trek: La nueva Generación—, hasta Jeff Goldblum o Bill Pullman —el presidente de Estados Unidos más improbable y divertido de la historia del cine junto al Jack Nicholson de Mars Attack—. Pero uno de los graves problemas de esta secuela es que los actores jóvenes elegidos para ocupar el puesto que desempeñaba Smith en la original son, por decirlo suavemente, un tanto limitados.
Actores sin carisma
Liam Hemsworth consigue que su hermano Chris (Thor) parezca la reencarnación de Lawrence Olivier. Jessie T. Usher como hijo del personaje de Will Smith y, por tanto, relevo espiritual de aquel personaje, carece del más mínimo carisma. Y la china Angelababy —os juro que así se hace llamar— se pasa la película poniendo mohines absurdos en un personaje muy alejado de la fuerza y la personalidad de personajes femeninos recientes como el de Rey (Daisy Ridley) en Star Wars: El despertar de la Fuerza.
Pero al margen de los actores, la labor de Emmerich tras las cámaras tampoco consigue levantar la película. Independence Day: Contraataque contiene las secuencias de destrucción masiva de ciudades más grandilocuentes de la carrera del alemán, y eso en el caso de Emmerich es decir mucho. Pero al mismo tiempo son secuencias aburridas, predecibles y en las que el digital mata cualquier ilusión de realidad. Quizá hace veinte años ver cómo Nueva York era arrasada por completo en Independence Day o en la muy estimable —y también de Emmerich— El día de mañana, era suficiente para mantener la atención de la audiencia, pero hoy en día el público está ya muy acostumbrado a este tipo de secuencias. Es hora de aplicar en el cine de catástrofes o de ciencia ficción aquello del menos es más. Tenemos ejemplos recientes como la interesante Monsters o la más notable Moon. Pero no parece que Emmerich esté por la labor —o simplemente capacitado— para tirar por esta vía.
En cuanto a la historia, resulta predecible, insulsa e inverosímil. Una de las claves del éxito de Independence Day fue que lograba sumergir al espectador en la historia y provocar lo que se conoce como “suspensión de la realidad”. En el caso de esta secuela, el espectador está esperando, desde que descubre a la media hora que las cartas con las que juega Emmerich son pocas y malas, que se destruya todo lo antes posible y se llegue a la inevitable victoria humana final. Por suerte Independence Day: Contraataque dura dos horas justas, que si quitamos los créditos se reducen en diez minutos más. Es curioso cómo durando media hora menos que la primera, esta segunda parte produzca la sensación de durar el triple. O quién sabe, a lo mejor me pasa como a Danny Glover en Arma Letal, y estoy demasiado viejo para esta mierda.