Cuando la NBC decidió, en el verano de 1969, cancelar la serie Star Trek por sus malas audiencias y lo costosa que resultaba su producción, miles de aficionados se pusieron de acuerdo para enviar una carta cada uno a la sede de la cadena para protestar por la cancelación de su serie favorita. No consiguieron hacer cambiar de opinión a los directivos, pero sí fueron decisivos para que Star Trek se vendiera al mercado de sindicación, donde pronto se convirtió en un fenómeno de masas a raíz del cual se ha creado el que sin duda es, con cinco series de televisión, otra nueva ya anunciada para 2017 y trece películas si contamos la inminente Star Trek: más allá, el mayor fenómeno fan del audiovisual de los últimos cincuenta años —incluso por encima del de Star Wars—.
Pero el fenómeno fan se remonta a mucho antes de Star Trek. Los expertos lo sitúan a mediados del siglo XIX, cuando los aficionados de las novelas de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o de los relatos de terror de H.P Lovecraft creaban y distribuían de manera artesanal fanzines que divulgaban por correo, en los que discutían el universo de sus personajes e incluso temas de política, economía y cultura de la época.
El fan es básico para mantener, divulgar y ampliar la base de aficionados a cualquier obra cultural y por tanto, se le debe un respeto. Por eso es muy loable el cariño, mimo y respeto con el que Blizzard (productora junto a Legendary Pictures y Universal, que más bien ejerce labores de distribución) y Duncan Jones (director) han abordado la adaptación al cine del videojuego Warcraft.
Warcraft: El origen es una película ante todo honrada. Su título describe con parca precisión las intenciones de la película, explicar los orígenes del vasto universo iniciado por Blizzard en 1994 con el videojuego Warcraft: Orcos y Humanos. Le siguieron dos secuelas (Warcraft II y III) y un MMORPG llamado World of Warcraft y conocido a nivel mundial por los millones de fans que lo juegan o han jugado alguna vez como WoW.
Desde que anunció el proyecto en 2006, Blizzard venía lidiando con las distintas opciones que tenía a su alcance para llevar al cine el universo Warcraft. Varios fueron los directores tanteados para el proyecto, desde Sam Raimi (El ejército de las tinieblas) al espérpentico Uwe Boll (En el nombre del rey)—que intentó postularse a sí mismo y por suerte fue rechazado de inmediato—. Finalmente, en 2013 la compañía anunció el acuerdo de coproducción alcanzado con Legendary Pictures y su decisión de colocar al mando del proyecto al británico Duncan Jones. El director fue en general bien recibido por los fans. El hijo de David Bowie se había labrado cierto prestigio gracias a su notable debut con Moon y a la interesante Código fuente. Además, se mostró desde el inicio ilusionado con el proyecto y se declaró un fan absoluto del videojuego Warcraft, por lo que prometió ser fiel al lore e intentar hacer una película que rindiese justicia a los personajes y al mundo creado por Blizzard.
¿Ha cumplido Jones su promesa? Totalmente. Warcraft: El origen es, a pesar de algunos reajustes, fiel en líneas generales al lore de Warcraft. Es, como decíamos anteriormente, una película honrada por varios motivos. Principalmente porque se nota que está hecha por y para fans del universo Warcraft. Jones ha querido ceñirse a contar exclusivamente el origen de la rivalidad y la lucha entre orcos y humanos: la primera guerra. Quienes conozcan el universo Warcraft, ya sea como jugadores o como pareja de —detrás de cada gran fan hay una gran pareja—, sabrán que Blizzard contaba con un amplísimo mundo que mostrar en esta película. Hay material que a buen seguro habría resultado mucho más atrayente que la primera guerra si el único objetivo hubiese sido captar nuevos adeptos. Historias muy queridas por los jugadores actuales, como la de Illidan o la de Arthas. Podrían habérselas ingeniado para deslumbrarnos con escenarios tan vistosos como Lunargenta, Darnassus o el continente de Pandaria. Pero Blizzard y el director decidieron quemar en esta primera película —esperemos que inicio de una saga— la trama justa, la que corresponde. Solo han empleado material procedente del primer videojuego, Warcraft: Orcos y Humanos.
Además, hay en Warcraft: El origen varios guiños a los fans de la época WoW, como si Jones quisiera compensarles de alguna manera por no haber escogido para la película una etapa más reciente en la cronología del videjuego.
La banda sonora, compuesta por el alemán Ramin Djawadi (Juego de tronos) es notable, a pesar de no contar con ningún leitmotiv sobresaliente que enganche desde el primer instante, e incluye varios momentos a lo largo del score que se inspiran y remiten a temas clásicos del videojuego y que caracterizan a cada una de las facciones.
A nivel técnico, Warcraft: El origen es una película sobresaliente. Uno de los principales miedos de los fans era cómo Blizzard iba a trasladar a imagen real muchos elementos del videojuego que, de inicio, parecerían más aptos para una obra de animación. Pero el trabajo de ILM con el CGI no desmerece en nada al visto en ejemplos anteriores como El señor de los anillos o el Planeta de los simios, en los que tenían que interactuar personajes reales con otros generados por captura de movimiento. El trabajo realizado con los orcos es sencillamente excepcional. Desde sus expresiones faciales —ver el primer plano de presentación de Durotan con los ojos llorosos— hasta las texturas de la piel, Warcraft: El origen consigue que a los pocos minutos el espectador olvide que está ante un mundo y personajes de fantasía para centrarse en el drama, la acción y las emociones de los personajes.
El guion consigue rehuir otro de los principales miedos de los fans: la potenciación de la facción de los humanos (Alianza) frente a los Orcos (Horda). Es más, si tuviésemos que poner algún pero en este sentido sería más bien en el sentido contrario, pues mientras que la Horda se presenta en todo su esplendor, con personajes poderosos, bien definidos y carismáticos, los humanos de la Alianza adolecen de cierta falta de empaque. Travis Fimmel, conocido hasta ahora por su papel en la recomendable serie Vikings, aporta su presencia al personaje de Anduin Lothar e intenta empatizar con el espectador mediante algunos giros socarrones de su personaje, pero se queda lejos del magnetismo de Durotan jefe del clan de los Lobo gélidos, y auténtico rey de la función.
En cuanto al resto de personajes principales, nuevamente destacan los orcos de la Horda por encima de los humanos. Garona, interpretada por Paula Patton (Misión Imposible 4), Orgrim o Gul’dan están por encima del rey Llane (Dominic Cooper) o Karos. Solo Ben Foster, interpretando con su intensidad habitual al mago Medivh o el personaje de Khadgar, que va de menos a más, logran equilibrar un poco la balanza.
Warcraft: El origen es una película bien rodada, algo que se le supone a una superproducción de este nivel, pero también bien narrada. Jones consigue explicar y presentar el inicio del conflicto orcos-humanos con solvencia. Demuestra que es un director a seguir y establece los cimientos para la que podría ser la mejor saga cinematográfica basada en el mundo de los videojuegos hasta ahora. Su metraje de dos horas justas ayuda a que el ritmo no decaiga a pesar de que en el fondo, y a pesar de las apariencias, hay en Warcraft: El origen menos acción y más drama del que se podría presuponer.
Los fans de Blizzard, ya sean veteranos de la época de Warcraft o provenientes del periodo WoW, disfrutarán como enanos con cada plano, cada detalle y cada guiño —ese murloc, esa caña de pescar—. El resto, los que conocemos tangencialmente el universo Warcraft o incluso los que nunca hayan oído hasta ahora hablar de él, tienen dos opciones: dejarse llevar por la magia y la profundidad de un lore en el que hay todavía mucho por explorar y contar, o desconectar y mirar para otro lado. Ambas posturas me parecen respetables, aunque personalmente recomiende la primera. Pero creo que es justo otorgar desde ya a Duncan Jones el título honorífico de “anti JJ Abrams”. Hay que tener un respeto a las historias y universos de ficción construidos a lo largo de las décadas y con una base de fans asentada que las sigue, pues son estos los que sostienen y divulgan el mito. Muchas veces, como en el caso de Star Trek, o incluso ya en el de Warcraft, de padres a hijos. Por eso respeto lo que ha hecho Duncan Jones en Warcraft: El origen y por eso detesto lo que hizo JJ Abrams con Star Trek. Creo que hay cosas que han de ser primero para los fans y si luego el resto queremos o nos apetece unirnos, perfecto.
Son los fans los que actualmente pagan los 13 euros mensuales que vale la suscripción al WoW —más otros 45 € anuales de cada expansión—. Son los fans los que compran los costosos packs en Blu ray de las distintas temporadas de las series de Star Trek. A ellos se les debe, como principal sustento de la obra original, la atención en primera instancia. Si, como en el caso de Warcraft: El origen, logras además una película entretenida incluso para quien llega de nuevas a este mundo —se necesita un poco de apertura de mente, nada más—, perfecto. Pero por favor, dejemos de reivindicar el espolio sin escrúpulos cuyo único fin en el fondo es intentar llegar a cuantos más públicos mejor sin importar el grado de fidelidad posterior de estos. Al igual que el universo Star Trek no necesitaba ningún tipo de revitalización cuando JJ Abrams perpetró su infame película en 2011, Warcraft tiene una base de fans y simpatizantes suficiente. Aplaudo la decisión de Blizzard de ir despacito y con buena letra con el traslado al cine de la franquicia.
Una última reflexión. Basta de comparar Warcraft: El origen con El señor de los anillos o Juego de tronos. Nada tiene que ver el universo inventado por Blizzard en su videojuego con el ideado en sus novelas por Tolkien. Respecto a Juego de tronos, la comparación es más absurda si cabe.
Así que si sois fans de Warcraft, estáis de enhorabuena. Si vuestro caso es el contrario, dejo a vuestro gusto por la fantasía la decisión de adentraros en este mundo. Quién sabe, igual termináis descubriendo que os queréis unir a la Horda. O a la Alianza, que hay gente para todo.
La mejor película de los tiempos